
Diario de un superviviente:
Luis Iriondo
Gernika es considerada como la ciudad santa de los vascos. En ella se encuentra el Ć”rbol, al que llaman santo y bajo el cual se reunĆan los representantes de los distintos pueblos para tratar los asuntos relativos al gobierno de los mismos. Al comienzo de la guerra, en el aƱo 1.936, era una pequeƱa ciudad de unos 5.000 habitantes. Era una ciudad antigua. Su iglesia es del siglo catorce. Calles estrechas y casas con armazón de madera y paredes de ladrillo configuraban la población. Su industria estaba compuesta de fĆ”bricas de maquinaria, armas, especialmente pistolas para el ejĆ©rcito, cubiertos, orfebrerĆa, serrerĆas, fĆ”brica de zapatillas e incluso una de chocolates y caramelos. El comercio era de mucha importancia porque por hallarse en el centro de una amplia zona rural, los lunes asistĆan los habitantes de toda la zona a vender sus productos y de paso a comprar lo que necesitaban para sus necesidades.
Y aquĆ nacĆ yo. Me llamo Luis Iriondo Aurtenetxea y soy hijo de Juan Iriondo y Elvira Aurtenechea. TenĆa otros tres hermanos: Rafael, el mayor, que entonces tenĆa 17 aƱos y estudiaba la carrera de Comercio en Bilbao. Patxi, de 9 y mi hermana Mari Cruz, de 5. Mis padres tenĆan un comercio de muebles y una carbonerĆa. Mi madre se encargaba de la mueblerĆa y mi padre del carbón. AdemĆ”s, vivĆan con nosotros Damasa, una mujer del cercano pueblo de Bermeo, que llevaba mĆ”s de 20 aƱos en nuestra casa y que era como una mĆ”s de la familia. Cuando a los niƱos nos preguntaban a quien querĆamos mĆ”s, si a nuestra madre ó a Damasa, nos ponĆan en un aprieto. Damasa, que a pesar de ser pequeƱa y delgada, tenĆa una gran fortaleza, acompaƱaba a mi padre en el reparto del carbón. Y tambiĆ©n estaban con nosotros la perrita āPerlaā y el burro āPericoā. Este Ćŗltimo, pequeƱo y simpĆ”tico, tiraba del carro de carbón, mientras āPerlaā iba encaramada en lo alto de los cestos. āPericoā era muy conocidos entre los chicos del pueblo. Cerca de nuestra casa habĆa una campa de hierba que llamaban āplazatorosā porque quizĆ” en algĆŗn tiempo hubo allĆ alguna plaza portĆ”til y en ella solĆa soltar mi padre a āPericoā para que pastase, cuando terminaba su trabajo. Esta campa era tambiĆ©n el lugar de recreo de los alumnos del cercano instituto y cuando estaba āPericoā lo citaban como si fuera un toro y āPericoā corrĆa detrĆ”s de ellos alegre y juguetón, soltando unos sonoros āpedosā que eran la risión de todos los chicos. Cuando alcanzaba a alguno, le daba un pequeƱo empujón con el hocico para hacerle perder el equilibrio y luego saltaba por encima de Ć©l sin tocarle. Durante las fiestas del pueblo se solĆa celebrar una carrera de burros. Un dĆa, un estudiante universitario le pidió a mi padre que le dejara a āPericoā para participar en ella. El dĆa de la carrera y cuando todos esperĆ”bamos que āPericoā llegara el primero, vimos con desilusión que en la primera vuelta nuestro burro pasaba en Ćŗltimo lugar y en la segunda ni siquiera apareció. HabĆa ocurrido que āPericoā, acostumbrado a parar delante de los portales de los clientes, se paró en todos ellos, pese a los esfuerzos de quien lo montaba y cuando pasó delante de su cuadra, se metió en ella con jinete y todo.
La primera noticia que tuve yo de la guerra fue en la playa. Estaba tumbado en la arena cerca de donde mi padre hablaba con un amigo y oĆa su conversación. Hablaban de que habĆa habido una sublevación de tropas en el norte de Africa, en el protectorado espaƱol de Marruecos. No era una noticia muy preocupante en aquel momento porque Africa estaba muy lejos y no era la primera sublevación. En el aƱo 32 ya habĆa habido otra sublevación militar en Sevilla, del general Sanjurjo, que fracasó y en el 35 otra, esta vez de los mineros, en Asturias. Los tiempos estaban entonces bastante revueltos.
Pero despuĆ©s se precipitaron las cosas. AparecĆan por el pueblo coches y camiones con gente armada. Un dĆa dos guardias civiles a caballo y despuĆ©s de convocar a la gente a golpes de tambor leyeron un comunicado declarando el estado de guerra. Para nosotros, los niƱos, todo aquello era novedoso y casi motivo de juego. Ya no habĆa clases porque la mayorĆa de los profesores habĆan quedado al otro lado, en la zona que empezaron a llamar ārebeldeā. Para mĆ, el mayor motivo de preocupación fue que no llegara un ācomicā que se editaba en Barcelona, llamado āMickeyā Cada vez que iba a la librerĆa, el librero movĆa la cabeza y me decĆa. ātodavĆa no ha llegadoā. No sabĆa que no llegarĆa mĆ”s y que me quedarĆa sin saber si la reina de los piratas iba a matar al chico bueno o se iba a casar con Ć©l.
El pueblo fue cambiando. Empezaron a faltar artĆculos de primera necesidad. Se habilitaron cuarteles para las distintas tropas. El frente se habĆa estabilizado a unos 30 kilómetros y comenzaron a llegar noticias de la muerte de jóvenes del pueblo. Aparecieron tambiĆ©n los primeros aviones. Se construyeron unos refugios con sacos de arena que eran totalmente inĆŗtiles, pero entonces nosotros no sabĆamos nada porque no habĆa conocimientos de lo que eran los bombardeos. A los muchachos nos divertĆa todo aquello y ayudĆ”bamos a cargar los sacos y a montar en los camiones para su transporte. Al principƬo, cuando llegaban los aviones, tocaban como seƱal de alarma las sirenas de las fĆ”bricas, pero como tenĆan que tocar tambiĆ©n para llamar a los obreros, cambiaron por las campanas. Se instaló un puesto vigĆa en lo alto del monte āKosnoagaā, que estĆ” encima del pueblo y desde allĆ agitaban una bandera cuando veĆan aparecer los aviones. Los primeros dĆas, corrĆamos a los refugios en cuanto oĆamos las campanas, pero despuĆ©s, al ver que nada ocurrĆa y que las alarmas eran casi diarias, por la cercanĆa del frente, dejamos de preocuparnos y de hacer caso a la alarma.
La guerra no iba bien para los vascos. Las tropas de Franco atacaron por Navarra y tomaron San SebastiĆ”n, cerrĆ”ndose la frontera con Francia y aislando por tierra a toda la parte norte de EspaƱa que era leal al gobierno republicano, no quedando mĆ”s que el mar para que pudieran llegar los alimentos y las armas que se necesitaban. Y en el mar patrullaban las mejores unidades navales que se habĆan puesto de parte de la sublevación.
Cuando progresaba el avance de los franquistas, empezaron a llegar los primeros refugiados. El pueblo cada vez estaba mĆ”s poblado. Con los refugiados, que no cesaban de llegar y las tropas acuarteladas, el pueblo parecĆa que estaba siempre de fiesta. Las calles se llenaban y era un animado ir y venir de gente. Nosotros, mĆ”s libres que nunca de la tutela de nuestros padres, que tenĆan otras preocupaciones, gozĆ”bamos mĆ”s que nunca. No nos faltaban cigarrillos. Cuando venĆan los camiones con tabaco para los cuarteles nos prestĆ”bamos voluntarios para ayudarles en la descarga y siempre iban algunos paquetes a nuestros bolsillos.
Se tuvieron noticias del bombardeo de algunas poblaciones cercanas, especialmente de Durango, que estaba a 20 kilómetros y se tomaron mĆ”s en serio la construcción de los refugios. En la plaza que llamamos āEl Paseoā, donde se celebraba la feria de los lunes, se construyeron cuatro tĆŗneles bajo tierra. Uno de ellos se hundió cuando lo estaban construyendo y desde dentro podĆa verse el cielo, pero luego se rehizo.
A mi madre debió parecerle que yo andaba demasiado suelto y habló con el director del Banco de Bilbao, que tenĆa escasez de personal porque le habĆan movilizado a los jóvenes que trabajaban en Ć©l y me colocó de ābotonesā para hacer los recados y otros pequeƱos trabajos.
El dĆa 25 de abril de 1.937 yo estaba cerca de āel Paseoā con mi amigo āCipriā (Cipriano Arrien). Como yo, era muy aficionado al dibujo y esta afición nos unĆa. Yo le envidiaba porque Ć©l sabĆa dibujar motocicletas con todo el lĆo de maquinaria que tienen y yo a lo mĆ”s que llegaba era a hacer bicicletas. Vimos llegar una columna de milicianos que al parecer venĆan de retirada del frente y nos acercamos para ver las ametralladoras y pequeƱos caƱones que llevaban en sus mulos. Iban sucios y cansados. Pasaron con paso cansino hacia la carretera de Bilbao. Sonaron las campanas y vimos pasar algunos aviones. Entonces me dijo "āCipri" que Ć©l tenĆa un lugar ideal para refugiarse en caso de bombardeo. Me llevó a la carretera de Luno y me enseƱo una pequeƱa hondonada que ya conocĆa porque junto a ella habĆa un pequeƱo riachuelo donde mĆ”s de una vez habĆa puesto junto al agua palitos untados con un pegamento con la intención de cazar pajaritos. Nunca conseguĆ coger uno.
Aquel dĆa 26 yo iba contento hacĆa el Banco, despuĆ©s de comer. La vĆspera habĆa estrenado pantalones largos. Los pantalones largos era para nosotros el reconocimiento de que nuestros padres ya no nos consideraban unos niƱos. A un amigo mĆo, mucho mĆ”s alto que yo hacĆa algĆŗn tiempo que le habĆan puesto y yo desde entonces le habĆa dado la lata a mi madre para que tambiĆ©n me los hiciera. Cuando me los puso, me dijo mi madre que sólo era para los domingos, pero aquel dĆa, por ser lunes y dĆa de mercado, me permitió ponĆ©rmelos. Cuando lleguĆ© a la oficina, sólo estaba un empleado. Era un refugiado de Lekeitio, empleado del banco en aquel pueblo costero y que habĆa tenido que huir ante el avance de las tropas de Franco.
Al de un rato, comenzó a sonar la alarma. El hombre me preguntó:
-¿Por qué tocan las campanas?
-Aviones āle dije sin darle mucha importancia- Es la seƱal de alarma.
El hombre se asustó.
-ĀæDónde hay un refugio? āpreguntó.
-Pase el ferial de ganado āle dije- suba unas escaleras y al fondo de la plaza hay
varios.
-AcompƔƱame āme ordenó y no tuve mĆ”s remedio que seguirle de mala gana.
āEl Paseoā era el lugar donde se celebraba el mercado. El de ganado estaba
algo mĆ”s abajo, bajo un arbolado que llamaban āEl ferialā.
Antes de llegar a la entrada del primero de los refugios sonaron las primeras explosiones. Entonces corrió la gente y se apretujaron a la entrada. A mĆ me empujaron hacĆa el interior. HacĆa mucho calor porque el techo era bajo, no habĆa ningĆŗn sistema de ventilación y costaba mucho respirar. Yo creĆ que iba a morir asfixiado. Me acordaba tambiĆ©n del refugio que se habĆa hundido cuando lo construĆan y me entró el pĆ”nico pensando lo que ocurrirĆa si una bomba caĆa encima de Ć©l. Fuera, algo lejanas, se oĆan las explosiones. Pero al de poco rato, cesaron y los milicianos que estaban en la entrada nos dijeron que ya podĆamos salir.
Revivà al respirar otra vez aire puro. Me encontré con un amigo.
- Parece que ha sido en RenterĆa āme dijo. RenterĆa es un barrio que se encuentra
al otro lado del Ćŗnico puente que cruza la rĆa en el pueblo.
- Vamos a ver lo que han hecho ā le dije, sin acordarme ya del Banco y del empleado de Lekeitio.
Pero antes de que llegĆ”ramos a las escaleras por las que se desciende de la plaza, sonaron nuevamente las campanas y echamos a correr otra vez a los refugios. Toda la gente corrió tambiĆ©n. Esta vez y a pesar de las explosiones que habĆan comenzado a oirse, esta vez mĆ”s cercanas, esperĆ© a a que me adelantaran todos y me quedĆ© junto a la entrada. Una pared de sacos de tierra me impedĆa ver lo que ocurrĆa en el exterior. AllĆ podĆa respirar mejor, pero esta vez la Ćŗnica defensa que tenĆa, ante la caĆda de una bomba, eran aquellos sacos de tierra.
Ahora las explosiones eran mucho mĆ”s fuertes. āEl Paseoā es una plaza en forma de āUā en la que las escuelas de las chicas y los chicos forman los brazos laterales y la parte central era una terraza bajo la cual estaban nuestros refugios. Todo ello estaba porticado para que la gente pudiera pasear los dĆas de lluvia sin mojarse. Las bombas parecĆa que eran lanzadas en andanadas por el sonido alargado que producĆan. Este ruido parecĆa entrar por uno de los brazos de la plaza y recorrer toda su extensión con un sonido largo, lĆŗgubre, que parecĆa meterse hasta nuestro interior. Y las explosiones eran seguidas de rĆ”fagas de aire caliente. Un aire con un calor templado, repulsivo, que a mĆ me parecĆa que tenĆa el sabor de la muerte
Entonces no lo sabĆa, pero despuĆ©s, al cabo de los aƱos me he informado que los aviones habĆan salido de los aeropuertos de Vitoria y Burgos. El primero estaba en lĆnea recta a unos 50 kilómetros y el otro a unos 140. Participaban 3 escuadrillas de bombarderos pesados JUNKER āJU-52ā que suponen unos 27 aparatos, una escuadrilla (9 aparatos) de bombarderos HEINKEL āHE-111ā, acompaƱados de la protección de 18 aparatos de caza. nueve HEINKEL āHE-51ā y nueve MESSERSCHMITT āME-109ā. En total unos 55 aviones.
Gernika estaba sin defensa alguna. SegĆŗn un telegrama que mandó el presidente vasco Agirre al Ministro del Aire el 15 de abril, 11 dĆas antes del bombardeo, sólo habĆa 4 aviones en Vizcaya en disposición de prestar servicio. En Gernika sólo habĆa una ametralladora para la defensa de la ciudad, en el cuartel de los āgudarisā y Ć©sta se encasquilló, en cuanto intentaron disparar. Por ello, los aviones alemanes podĆan bombardear a placer sin nada que se les opusiese. Durante el bombardeo parecĆa que habĆa algunas pausas, no muy largas. Al parecer, los bombarderos se turnaban. Arrojaban las bombas y volvĆan posiblemente a Vitoria, a reponer sus cargas. PodĆan llegar en 15 minutos.
Yo intentaba rezar, pero no terminaba ninguna oración. VeĆa cerca la muerte y querĆa prepararme para ella, pero el ruido de las bombas interrumpĆa mis buenos propósitos. No podĆa pensar mĆ”s que en los estampidos y el calor que me llegaban de fuera. Y me acordaba de mi amigo āCipriā y le envidiaba porque pensaba que podrĆa estar viendo desde su posición, en las afueras del pueblo, todo lo que ocurrĆa sin riesgo alguno. Y me prometĆa que si salĆa de aquella, nunca mĆ”s me volverĆa a meter en un refugio, sino que correrĆa al campo.
Y seguĆa el bombardeo interminable. ĀæCuĆ”nto tiempo llevĆ”bamos bajo las bombas?. Junto a mĆ estaba un miliciano y una vez le preguntĆ©: ĀæFalta mucho para terminar?. CreĆa que por su experiencia en la guerra podrĆa contestar a mi pregunta. Me miró, se encogió de hombros y no me contestó.
Por fin, cesaron las explosiones. El miliciano me miró y me dijo:
-Ya ha terminado.
SalĆ al exterior y me detuve aterrado. Todo el pueblo estaba en llamas. Una nube
de humo cubrĆa el cielo. EchĆ© a correr junto a los tenderetes derribados de los quincalleros y corrĆ hacia la carretera de Luno. La gente que huĆa del pueblo subĆa en la misma dirección. Junto a la fuente de Udetxea me llamó la atención un objeto brillante. Me acerquĆ© y vi que era como un tubo metĆ”lico. Estaba roto y de su interior salĆa una masa blanca. Era una bomba incendiaria. SegĆŗn leĆ aƱos despuĆ©s, fueron arrojadas 3.000 bombas como aquellas, ademĆ”s de otros 50.000 kilos de bombas explosivas.
Al llegar a la primera curva, habĆa un miliciano con un fusil haciendo guardia. DetrĆ”s de Ć©l, en el sitio donde me habĆa seƱalado āCipriā como āsu refugioā, me pareció ver unos cuerpos de personas. Me acerquĆ© a ver pero el miliciano no me dejó. Entonces no relacionĆ© aquellos cadĆ”veres con los de mi amigo. No me entraba en la cabeza que āCipriā pudiera haber muerto. Mucho tiempo despuĆ©s, cuando volvĆ a Gernika, me enterĆ© que uno de aquellos cuerpos era el suyo.
Algo mĆ”s arriba una seƱora me dijo que habĆa visto a mi madre con mi hermana. Entonces me dĆ cuenta que no me habĆa acordado de mi familia. El instinto de conservación habĆa bloqueado en mĆ cualquier otro sentimiento. Le preguntĆ© por los demĆ”s familiares pero nada mĆ”s sabĆa. Junto a la segunda curva, en el lugar que llaman āCuatro bancosā, encontrĆ© a mi amigo Eloy. No habĆa visto a ninguno de los mĆos ni yo a los suyos. Subimos a una loma desde donde se veĆa todo Gernika y allĆ, sentados en la hierba contemplamos como ardĆa nuestro pueblo. La casa donde vivĆa Eloy, que estaba junto a la mĆa, era una de las mĆ”s grandes de Gernika. Le llamaban āEl Circoā porque en su interior habĆa un salón de espectĆ”culos que hacĆa muchos aƱos que estaba cerrado. En un momento dado, las paredes del edificio se desplomaron produciendo una gran humareda. Eloy, sin emoción alguna, me dijo:
- AllĆ estĆ”n mi abuela y mi tĆa. Una sorda y la otra paralĆtica.
Llevaba un paquete de tabaco en el bolsillo y le ofrecĆ un cigarrillo. No
me importaba que cualquier conocido me viera fumar. Me parecĆa que aquel dĆa nos habĆamos convertido en hombres. La verdad es que a mĆ no me gustaba fumar, pero me parecĆa que las circunstancias lo exigĆan. Pero no pudimos encender los cigarros. A pesar del fuego que devoraba Gernika, nosotros no tenĆamos para encender nuestros cigarrillos.
- He oĆdo ā me dijo Eloy, mientras tirĆ”bamos los inĆŗtiles cigarros que han
arrojado papeles diciendo que maƱana van a volver y arrasarĆ”n todo lo que ha quedado en piĆ© y los caserĆos de los alrededores.
- PodrĆamos ir a la cueva de Forua āle dije.
Esta era una cueva que se encontraba en una aldea cercana,. A dos kilómetros de Gernika, junto a unas canteras. Pero estaba anocheciendo y no era prudente ir por el monte a aquellas horas ya que la otra posibilidad, el hacerlo a travĆ©s del pueblo nos pareció menos atractiva. Decidimos hacerlo al dĆa siguiente, pero necesitĆ”bamos encontrar un lugar para dormir aquella noche. Decidimos subir hasta Luno.
Luno (Lumo en euskera) es una aldea que se encuentra a dos kilómetros, encima de Gernika. En un tiempo, Gernika fue un barrio de Luno, pero en el año 1.363 el conde Don Tello, señor de Vizcaya, le concedió unos fueros especiales y lo declaró independiente. Ahora era una iglesia con unas pocas casas alrededor, formando una plaza.
Cuando llegamos, vimos una casa con la puerta abierta y luz en su interior. Nos acercamos y una de las mujeres que estaba junto a la puerta, me reconoció, pues vivĆa cerca de mi casa.
- Es el hijo de Elvira, la mueblera āles dijo a los demĆ”s y nos invitó a pasar. Era la cocina de la casa y estaba llena de gente. La mayorĆa de los que allĆ habĆa eran de Gernika que, como nosotros, habĆa huido del pueblo. Nos dieron un tazón de leche. Estaba llena de nata y a mĆ no me gustaba la nata pero hice de tripas corazón y me la traguĆ©. DespuĆ©s nos ofrecieron para dormir unos catres que tenĆan en la cuadra y que habĆa dejado unos soldados en su retirada. Nos dieron unos sacos para taparnos.
En la cuadra, con el calor de los animales, no hacĆa frĆo y cansado por la emociones del dĆa me dormĆ enseguida. No sĆ© cuanto tiempo llevarĆa durmiendo cuando algo me despertó. Me incorporĆ© en el catre sin saber por quĆ© lo hacĆa, cuando oĆ mi nombre. EchĆ© a un lado los sacos y sin decirle nada a Eloy, salĆ al exterior. El incendio de Gernika alumbraba la plaza cuando vĆ en medio de ella la silueta de mi madre que gritaba otra vez mi nombre. EchĆ© a correr hacia ella y nos fundimos en un abrazo.
- Vamos al pueblo āme dijo cuando nos separamos al cabo de un rato. Nos van a llevar a Bilbao.
Mientras bajĆ”bamos por la carretera, me fue contando lo que habĆa sido de ellos en aquellas horas. Ella habĆa huido al campo con Mari Cruz, la hermana menor y estuvieron metidas en una zanja durante todo el bombardeo. Patxi, el hermano que entonces tenĆa 10 aƱos, era el que peor lo habĆa pasado. Estaba junto al instituto, que entonces era un cuartel comunista, cuando comenzó el bombardeo. El centinela que estaba de guardia le llevó con Ć©l a un campo cercano donde se echaron al suelo. Una bomba cayó junto a ellos y Patxi al volverse sólo vio un brazo que sobresalĆa entre la tierra que les habĆa caĆdo encima. Aterrado, echó a correr por las calles del pueblo con una sólo idea en la cabeza. Llegar a un refugio que sabĆa estaba en el chalet denominado del āConde Aranaā. CorrĆa en pleno bombardeo sin hacer caso a las voces que le gritaban desde los portales para que se refugiara en ellos. Llegó al chalet en el momento en que varias bombas caĆan sobre el refugio. Cayó desmayado al suelo, pero afortunadamente, mi padre se encontraba en el interior y le tomó en sus brazos. Aprovechando una de las pausas en el bombardeo, salieron del edificio todos los que estaban allĆ, porque habĆa comenzado a arder la casa y se dirigieron a los bajos del Ayuntamiento, a unos 150 metros de allĆ, que tambiĆ©n se habĆa habilitado para refugio. TambiĆ©n Ć©ste resultó alcanzado y destruido, pero consiguieron salir de Ć©l.
Cuando todo terminó, buscó a mi madre y entregĆ”ndole a Patxi, mi padre corrió a nuestra casa para ver si podĆa salvar algo. La casa estaba ardiendo y se dirigió al lugar donde guardĆ”bamos a āPericoā. Abrió la puerta y una llamarada le echó para atrĆ”s. A travĆ©s del fuego pudo ver al burro que trataba de desasirse de sus ataduras. Intentó entrar, pero tuvo que separarse de la casa porque Ć©sta se desplomó sepultando al pobre āPericoā. Siempre se lamentó mi padre el no haber llegado un poco antes pues habĆa querido mucho al simpĆ”tico animal.
De mi hermano Rafael tenĆa noticias de que le habĆan visto, despuĆ©s del bombardeo, ayudando a sacar las piezas de tela de una tienda que estaba ardiendo. Un amigo de la familia, que estaba en la āErtzaintxaā (policĆa vasca) habĆa conseguido un coche para llevarnos a Bilbao.
Cuando llegamos a Gernika, habĆa mucha gente moviĆ©ndose de un lado a otro. Gudaris y bomberos de Bilbao trataban inĆŗtilmente de atajar el fuego. MovĆan las mangueras gritando y dĆ”ndose órdenes, pero habĆan reventado las caƱerĆas y no salĆa el agua. Junto a la Casa de Juntas, donde estĆ” el Ć”rbol que da fama al pueblo, habĆa tambiĆ©n mucha gente. ParecĆan autoridades o periodistas, que habĆan venido de Bilbao. AllĆ estaba el coche que nos iba a llevar, a mi madre y los tres hermanos. Mi padre no estaba allĆ. Entramos al coche y salimos hacĆa la capital.
Los primeros dĆas nos alojamos en casa de un viajante de muebles, muy amigo de la familia Mi padre nos encontró allĆ. Eramos una carga demasiado pesada para nuestro anfitrión y encontramos un piso que habĆa dejado deshabitado un dirigente sindical que luchaba en el frente y que accedió a dejarnos mientras durara nuestra situación. El piso estaba en una casa de seis pisos en un barrio obrero, cerca del ayuntamiento de Bilbao y en la ladera del monte Artxanda, uno de los montes que rodean a la capital de Vizcaya. Ibamos a comer a los comedores que la asistencia social habĆa puesto para atender a los cada vez mĆ”s numerosos refugiados que iban llegando. Cerca de donde nos encontrĆ”bamos, habĆa un tĆŗnel de ferrocarril y mi hermano Patxi se pasaba todo el dĆa metido en Ć©l. TenĆa tanto miedo a los aviones que tenĆamos que llevarle la comida al tĆŗnel pues se negaba a salir de Ć©l durante el dĆa. Del hermano mayor, Rafael, que tenĆa 18 aƱos, nos enteramos que estaba incorporado a filas en un batallón de transmisiones.
Entretanto, las tropas de Franco habĆan entrado en Gernika y se acercaban a las fortificaciones que rodeaban Bilbao y que llamaban "El Cinturón de Hierro". El ingeniero que lo habĆa construido, Luis Goikoetxea, inventor despuĆ©s del tren āTalgoā, habĆa dejado unas zonas dĆ©biles y con los planos del mismo se pasó al bando franquista. Con aquellos datos, no les fue difĆcil romper el ācinturónā y continuar su avance hacia Bilbao. Las tropas vascas ofrecĆan una gran resistencia, pero con pocos medios y sin cobertura aĆ©rea, eran machacadas por los aviones enemigos durante el dĆa y tenĆan que contraatacar durante la noche para recuperar las posiciones que iban perdiendo. Ya desde Bilbao oĆamos los ruidos de la batalla, que se estaba acercando al monte Artxanda, casi encima de nuestras cabezas.
Un dĆa, habĆa bajado a Bilbao y vi a unos milicianos que reclutaban en la calle a toda persona que creĆan que podrĆa sostener un fusil, para mandarlo al frente. Uno de ellos me agarró del brazo e intentó llevarme.
- Sólo tengo catorce aƱos ā le dije, pero no me hizo caso. De un tirón
me desprendà de la mano que me agarraba y eché a correr. No intentó seguirme.
Volvà a casa. Ya se estaba luchando en Artxanda, a menos de un kilómetro
de nuestra casa. Estaba sólo en casa. Mi madre, con la hermana, habĆan ido a hacer compaƱĆa a Patxi en el tĆŗnel. Yo habĆa encontrado entre los libros del sindicalista, una novela y la estaba leyendo cuando me pareció oĆr un sonido como de un coche que arranca, pero algo distinto. De pronto, me di cuenta de lo que era. Ā”Un obĆŗs!. TirĆ© el libro que tenĆa en la mano y echĆ© a correr escaleras abajo. VivĆamos en el quinto piso y la casa no tenĆa ascensor. Antes de llegar al portal oĆ la explosión. Sonó algo lejana. Debió ser algĆŗn obĆŗs lanzado contra las lĆneas del frente que, mal calculado, pasó por encima de nuestras cabezas.
Cuando mi padre llegó aquella noche a casa dijo:
- AquĆ estamos mal. TenĆ©is que salir de aquĆ. A mĆ no me dejan. Me he enterado
que sale un tren para Santander esta noche y tenƩis que marchar en Ʃl.
Recogimos las pocas cosas que tenĆamos y salimos hacĆa la estación. El paso por las calles era peligroso. Se luchaba en Artxanda y las balas perdidas caĆan sobre Bilbao, produciendo un extraƱo ruido metĆ”lico cuando chocaban con los cables de los tranvĆas. TenĆamos que evitar las calles que estaban orientadas hacĆa el monte o correr arrimados a la pared, cuando no habĆa mĆ”s remedio. Cuando llegamos, los andenes estaban atestados de gente con maletas, mantas, colchones, bolsas, etc. Mi padre se separó de nosotros para ir a informarse. Al de un rato volvió.
- Nadie sabe nada ādijo- Ni siquiera saben si va a salir el tren. Me he enterado que en el puerto, frente a la universidad de Deusto, va a salir un barco para Santander..
Otra vez tuvimos que recorrer las calles de Bilbao acompaƱados del sonido de
las balas perdidas. Al pasar por una plaza, me pareció oir el siseo de un obĆŗs y me echĆ© al suelo. Los que me acompaƱaban hicieron lo mismo y la gente que habĆa por los alrededores tambiĆ©n. Pero no ocurrió nada. Esta vez debió ser un coche.
- CreĆ que era un obĆŗs āle dije a mi padre para disculparme.
Cuando llegamos al puerto, estaban embarcando los Ćŗltimos. Nos despedimos de
mi padre con un rĆ”pido abrazo y subimos al barco. Nos mandaron ir a proa. Un remolcador tiraba de la nave que iba con las luces apagadas. Al llegar a la desembocadura de la rĆa, nos dejó el remolcador y el barco, sin alejarse mucho de la costa, para evitar a los posibles barcos de guerra enemigos, enfiló hacĆa Santander.
AmanecĆa cuando llegamos. Desembarcamos y nos condujeron a un cine, donde nos dieron pan y queso. Mi madre nos dejó recomendĆ”ndome que cuidara de mis hermanos. A media maƱana volvió para decirnos que aquella noche ya tenĆamos donde dormir. HabĆa buscado a un fabricante de muebles del que habĆa sido cliente y nos habĆa invitado a que pasĆ”ramos en su casa la noche. Nos dio tortilla para cenar y aquella tortilla, por el hambre que tenĆa, me pareció la tortilla mĆ”s rica del mundo.
En el reparto que habĆan hecho de los refugiados, nos tocó ir a Torrelavega, una ciudad a unos 20 kilómetros de Santander, donde nos alojaron en una casa en el centro del pueblo donde disponĆamos de una gran habitación para los cuatro. Ibamos a comer a la Asistencia Social. En la comida que nos daban se notaban los problemas de abastecimiento que habĆa. Cada vez habĆa mĆ”s refugiados y menos comida. A media tarde no tenĆamos fuerza para subir al segundo piso donde vivĆamos y tenĆamos a agarrarnos a la barandilla de la escalera para no caernos de debilidad. Mi madre temió por nuestra salud y un dĆa, dejĆ”ndonos, marchó a Santander para ver de buscar una solución a nuestra situación. Vino por la tarde y nos dijo:
- Estad preparados. Nos marchamos de aquĆ.
- ĀæA dónde vamos? ā le preguntĆ©.
- No sé, creo que a Francia. Hay un barco que sale esta noche de Santander y tenemos que ir en él. Asà no podemos seguir.
Aquella noche embarcamos en un buque carbonero ingles. Su nombre era el
āKenwick Poolā. Nos metieron a todos en las bodegas. En Ć©stas habĆa trigo que nos servĆa de cama. Posiblemente el barco habĆa llegado con ese cargamento y ahora el lastre lo aprovechaban para cobijarnos a nosotros. OlĆa a gente. A mucha gente apiƱada y con el movimiento del barco, que ya habĆa zarpado, para aprovechar las horas de la noche y cruzar el bloqueó, me estaba causando nĆ”useas. Cuando empezó a amanecer, cogĆ un puƱado de trigo en el bolsillo y subĆ a cubierta. El trigo lo llevaba para intentar con Ć©l calmar el hambre que ya sentĆa. Fuera hacĆa frĆo. La mar estaba algo picada y el barco se movĆa mucho. A ambos lados del barco y sobresaliendo sobre el mar habĆa una especie de casetas de madera. Eran los retretes improvisados para el gran nĆŗmero de pasajeros que llevaba el barco. IntentĆ© masticar el trigo, pero estaba muy seco y duro y no mitigaba el hambre.
Se fue calmando el estado de la mar e hicimos la travesĆa sin novedad hasta el norte de Francia. El barco fondeó frente a un puerto donde pasamos casi todo el dĆa, esperando nos permitieran desembarcar, pero en lugar de eso, levó anclas y se dirigió hacia el sur. Tras otra noche en el mar, llegamos a Burdeos (Bordeaux). Junto al muelle donde atracó habĆa una estación. En un pabellón del madera de la misma, nos vacunaron y nos embarcaron esta vez en un tren. Estando allĆ, esperando que arrancara, un grupo numeroso de seƱoritas se acercó al tren repartiendo tabletas de chocolate. Yo dudaba en utilizar el francĆ©s que habĆa aprendido en el instituto para pedirles que tambiĆ©n me dieran, pues no creĆa que valiera para algo lo que habĆa estudiado. Por eso, le dije a mi hermanita:
- Dile a la primera que pase ādonnez moi de chocolatā.
AsĆ lo hizo y a pesar de su pronunciación, o quizĆ” porque en aquel momento extendĆa tambiĆ©n la mano, le dieron una tableta. Esto me animó a emplear yo tambiĆ©n en adelante el francĆ©s que habĆa aprendido.
El tren partió hacĆa el norte y el viaje fue como un paseo triunfal. En muchas de las grandes estaciones donde paraba habĆa autoridades y mucha gente esperando, incluso en algunos sitios con banda de mĆŗsica, para darnos no sólo la bienvenida, sino tambiĆ©n comida abundante. Nos recibĆan con pancartas y guirnaldas, como si viniĆ©ramos victoriosos de alguna batalla, cuando en realidad venĆamos rotos y derrotados.
En cada estación, descendĆa algĆŗn grupo del tren, destinado a quedarse allĆ. A medida que nos acercĆ”bamos hacia el Norte, cada vez Ć©ramos menos en el convoy. En una ocasión, un hombre ya mayor, irrumpió en nuestro vagón armado con un cuchillo y gritando que parara el tren. DecĆa que Ć©l querĆa volver a su casa. Al parecer, al pobre hombre que debĆa tener muchos aƱos, tantas vicisitudes le habĆan trastornado la cabeza y aƱoraba su casa. Alguien, al parecer, tiró de la cadena de alarma porque el tren se detuvo. El hombre saltó al exterior, pero unos empleados del ferrocarril fueron tras Ć©l y le trajeron otra vez al tren. Ya no supimos mĆ”s de Ć©l.
Cuando ya apenas quedaba gente, tambiƩn a nosotros nos mandaron descender.
EstĆ”bamos en Vernon-Eure, en el departamento de NormandĆa, una población situada al Oeste de Paris y a unos 60 kilómetros de la capital francesa. Nos trasladaron a un viejo caserón que en otro tiempo debió ser parque de bomberos, pero que ahora en parte estaba ocupado por dependencias de un sindicato. El resto lo ocupamos nosotros. En la primera planta estaban la cocina y el comedor y en el Ć”tico, bajo el tejado, dos dependencias destinadas a dormitorios corridos. A otro chico de Bilbao, un aƱo mayor que yo y a mĆ, por ser los mayorcitos, nos asignaron una pequeƱa habitación que habĆa entre ambos dormitorios. Las camas debĆan proceder de un cuartel de soldados que habĆa enfrente de nuestra casa. ConsistĆan en unas tablas que se apoyaban en unos soportes de hierro y las colchonetas eran de paja. DespuĆ©s de las tres noches pasadas en el barco y en el tren, nos parecieron que eran de plumas.
Como yo era el Ćŗnico que sabĆa algo de francĆ©s, me convertĆ en el intĆ©rprete de la colonia. AcompaƱaba a mi madre, que designaron como administradora, quizĆ” por ser la madre del intĆ©rprete, a hacer la compra. Eramos unas 30 personas y las mujeres se turnaban en la cocina. Todas las semanas venĆa un representante del ayuntamiento a pasarnos lista y entregarnos la asignación que no sĆ© de donde procedĆa. Posiblemente, del gobierno espaƱol o el vasco.
Era un pueblo muy bonito, a orillas del Sena junto al cual habĆa una gran playa donde gracias a un ex-campeón de natación que ejercĆa de socorrista, perfeccionĆ© un poco mis conocimientos de natación. Pero a pesar de hallarnos lejos de la guerra y encontrarnos bien, aƱorĆ”bamos nuestra tierra.
En una de las primeras salidas que hicimos a conocer el pueblo, Patxi, de pronto se acurrucó contra una pared y gritó. Ā”Un avión, un avión!. En efecto, un avión comercial pasaba en aquel momento. Nos costó hacerle comprender que allĆ no estĆ”bamos en guerra y que no tenĆa que temer a los aviones. TodavĆa tenĆa dentro el terror que le habĆa dejado el bombardeo. Y prĆ”cticamente, nunca saldrĆa de Ć©l. Siendo ya mayor, alto y fuerte, jugando como delantero centro del equipo de futbol de Gernika, donde era conocido por su valor ante los jugadores contrarios, los dĆas de tormenta se volvĆa nervioso e irascible. Era en vano que le dijĆ©ramos que no tenĆa nada que temer. Inconscientemente, el ruido de los truenos le recordaba en su interior los sonidos del bombardeo. Y aunque lo intentaba, no consiguió vencer esta obsesión.
Cuando llevĆ”bamos poco tiempo, Patxi enfermó. TenĆa apendicitis. Le ingresaron en el hospital, donde le operaron. Lo pasó muy mal. Cada vez que le visitĆ”bamos nos pedĆa que le sacĆ”ramos de allĆ. No podĆa entenderse con la gente que le atendĆa y se encontraba demasiado sólo, sin nadie con quien poder hablar.
A finales del mes de julio, tuvimos noticias de mi padre. SeguĆa en Bilbao, en la misma casa donde habĆamos estado. Rafael estaba prisionero. Nos pedĆa que volviĆ©ramos y mi madre no lo dudó un instante. Era una mujer muy decidida. DejĆ”ndome al cuidado de mis hermanos y sin saber una palabra de francĆ©s, se fue a Paris , a las oficinas del Gobierno Vasco y arregló los papeles para que pudiĆ©ramos volver.
Tuvimos que pasar por Paris, cuando allĆ se celebraba la Feria Internacional en donde en el pabellón espaƱol se exhibĆa por primera vez el cuadro de Picasso que lleva el nombre de nuestro pueblo. Claro que entonces no lo sabĆamos, ni hubiĆ©ramos podido ir a verlo. Salimos de noche y a la maƱana siguiente llegamos a la frontera.
Lo que encontramos en EspaƱa era muy distinto a lo que habĆamos dejado. Tuvimos que arreglar la documentación en el ayuntamiento de IrĆŗn y al entrar en un bar a desayunar, me llamó la atención un letrero que habĆa en la pared. DecĆa āsi eres espaƱol, habla espaƱolā. Yo creĆ que estaba dirigido a los que venĆan de Francia, pero se referĆa a nuestra lengua. Al euskera.
En el tren, de San SebastiĆ”n a Bilbao, venĆa junto a nosotros un seƱor que entabló conversación con nosotros. Al decirle de donde Ć©ramos salió a relucir el asunto de la destrucción de Gernika y cuando le hablamos del bombardeo, se llevó el dedo a los labios y mirando en derredor, nos dijo:
- No digƔis que Gernika fue bombardeada.
- ĀæPor quĆ©? ā le preguntamos.
- Porque hay que decir que fue quemada por los rojos.
Esta vez fue la primera vez que oĆamos hablar de este asunto.
El bombardeo de Gernika, cuando apareció en la prensa de todo el mundo causó
un gran impacto que sorprendió a los mismos franquistas pues suponĆa un gran desprestigio para su causa. Entonces, para contrarrestar el efecto causado, su propaganda difundió la noticia de que los rojo-separatistas, en su retirada, habĆan destruido el pueblo dĆ”ndole fuego. Lo que no explicaban era quiĆ©n habĆa matado a los muertos. Y sin venir a Gernika para hablar con los supervivientes, buscaron āpruebasā que avalaran lo que ellos decĆan y a tal fin, publicaron una fotografĆa de la iglesia de San Juan, quemada y con unos bidones de gasolina al lado. Los guerniqueses sabĆamos que aquellos bidones eran los del surtidor de gasolina que estaba cerca de la iglesia ya que en aquel tiempo, al no haber camiones aljibes, se transportaba en aquellos envases el combustible. Existe otra fotografĆa, muy anterior a esa, posiblemente del dĆa siguiente al bombardeo, en la que no aparecen los mencionados bidones. En otra ocasión, vi en un periódico de Madrid una fotografĆa de la iglesia de Santa MarĆa con un piĆ© que decĆa: āIglesia de Santa MarĆa, destruida por los separatistas en su retirada y reconstruida por la EspaƱa de Francoā. Y la iglesia que aparecĆa en la fotografĆa tenĆa seis siglos.
Al llegar a Bilbao, mis padres hicieron las gestiones necesarias para liberar a mi hermano Rafael, que estaba prisionero, pero el mismo dĆa que le dejaron en libertad lo incorporaron a su ejercito. Fuimos a recibirle al tren que le traĆa de la prisión para despedirle seguidamente en el que le llevaba a su nuevo destino como soldado de Franco y de allĆ otra vez al frente.
Mi padre tuvo que trabajar como obrero en una fĆ”brica de Bilbao y mi madre fue a Gernika para tratar de volver a montar el negocio de muebles. El pueblo estaba en ruinas y en los bajos de algunas casas, que no habĆan sido totalmente destruidas, surgĆan algunas tiendas. El Ayuntamiento habilitó los bajos de las escuelas, cerca de donde habĆan estado los refugios e incluso Ć©stos se aprovechaban tambiĆ©n. En una de esas lonjas mi madre, gracias al crĆ©dito de los fabricantes que ya le conocĆan, pudo reanudar el negocio. Yo ya no podĆa seguir con mis estudios debido a la precaria situación económica que atravesĆ”bamos y tratĆ© de buscar trabajo, preparĆ”ndome para labores de oficina.
Cuando pude visitar Gernika, los prisioneros de guerra eran empleados para hacer las labores de desescombro. Ya habĆan limpiado las calles y se podĆa transitar por ellas. Entonces me enterĆ© de la muerte de Cipri.
Cuando terminó la guerra, en 1.939, seguimos en Bilbao pues se habĆa reconstruido muy poco de Gernika y el aƱo 42, un mes antes de incorporarme al servicio militar, mi padre murió inesperadamente de pulmonĆa. Estando yo de soldado, mi familia se trasladó a Gernika, a una casa de la misma calle donde habĆamos vivido antes de la guerra, junto a āplazatorosā, la campa donde solĆa correr āPericoā detrĆ”s de los chicos del instituto.
Aunque oficialmente, no podĆa hablarse de la destrucción de Gernika como producida por un bombardeo, en el pueblo y en las conversaciones entre amigos y familiares, se hablaba libremente de ello. En la parroquia publicĆ”bamos los jóvenes una especie de periódico, destinado a los guerniqueses ausentes y tenĆamos que hacer juegos de palabras aludiendo al incendio, a la destrucción, etc. de Gernika, pero sin escribir la palabra bombardeo, aunque todos sabĆamos quĆ© querĆa decir lo que escribĆamos. En el aƱo 1.953 estando en Bilbao, me presentaron a dos periodistas franceses a los que hablĆ© claramente e incluso me trasladaron en su coche a Gernika y me sacaron algunas fotos en el pueblo. No sĆ© lo que escribieron, pero no tuve ninguna represión. Poco a poco se fue aflojando aquella presión y ya se empezó a escribir tĆmidamente sobre el asunto, al menos poniendo en duda la autorĆa de su destrucción, hasta que en 1.970, Vicente Talón, un periodista de Bilbao, publicó el libro āArde Guernicaā, recogiendo los testimonios de los supervivientes. Ya habĆan pasado 33 aƱos y el rĆ©gimen ya no parecĆa importarle tanto el mantener la mentira. El mundo se habĆa olvidado de aquella tragedia y la difusión de su verdad ya no podĆa hacerles daƱo.
Con la llegada de la democracia proliferaron los libros relativos al tema, pero ya no eran una noticia. En 1.987 se celebró el cincuenta aniversario del bombardeo como si se tratara de una gran fiesta. Hubo mĆŗsica por todas partes, bailes, conciertos de rock, etc. Llegaron jóvenes de todas partes y de todas condiciones que se apoderaron del pueblo como plaza conquistada, cometiendo toda clase de desmanes. Fue un dĆa triste para nosotros, los que habĆamos conocido el bombardeo. Se estaba celebrando una fiesta de alegrĆa y jolgorio para conmemorar la destrucción de nuestro pueblo y la muerte de muchos seres queridos. Alguien dijo: āĀ”Quiera Dios que no haya otro bombardeo para que no pueda celebrarse otro cincuentenario como Ć©ste!ā.
Diez aƱos despuĆ©s, el pasado aƱo de 1.997 la cosa cambió. Se celebró una misa en el cementerio, en el mausoleo dedicado a los muertos de aquel dĆa, durante la cual estuvo tocando, mientras duró la misa, la campana que habĆa sido de la destruida iglesia de San Juan. Tocaba pausadamente, como el toque de difuntos que en otro tiempo tambiĆ©n tocó. Hubo tambiĆ©n un encuentro entre las autoridades alemanas y los supervivientes, en el cual el embajador alemĆ”n, leyó por primera vez, un escrito del presidente de Alemania reconociendo que habĆa sido su aviación la que habĆa bombardeado Gernika. En nombre de los supervivientes, contestĆ© yo al embajador diciĆ©ndole que si entonces que habĆan venido otros alemanes a Gernika, no pudimos entendernos porque ellos estaban arriba y nosotros abajo y nos veĆan como hormigas que huĆan desesperadamente y las hormigas y los hombres no pueden entenderse, ahora sĆ viĆ©ndonos todos a la misma altura podĆamos comprendernos y caminar juntos y en paz
Como final, he de aƱadir algunas notas. Mi hermano Patxi, murió jóven, a los 28 aƱos de una extraƱa enfermedad de tipo cancerĆgeno. Posiblemente nada tenga que ver, pero siempre he creĆdo que aquel dĆa algo se rompió en el interior de mi hermano por todo el horror que pasó y que al de muchos aƱos despuĆ©s surgió en forma de aquella enfermedad. De nuestra perrita āPerlaā, nada mĆ”s supimos y siempre he confiado en que se salvarĆa y encontrarĆa un nuevo dueƱo. Cuando volvimos de Francia, nos regalaron una nieta suya, del mismo color que ella y que al crecer se convirtió en su vivo retrato. Le pusimos el mismo nombre y siempre la consideramos como si fuera la que habĆamos perdido.
En algunas partes, hablo de milicianos y otra de āgudarisā. Estos Ćŗltimos eran los soldados de los partidos vascos. Los primeros pertenecĆan a partidos de ambito nacional espaƱol: socialistas, comunistas, anarquistas, etc. y vestĆan como uniforme un āmonoā o buzo de trabajo, como los que llevan los obreros de las fĆ”bricas.
Algo que ha dado mucho que hablar, ha sido el nĆŗmero de muertos que hubo. Cuando llegamos a Francia, leĆ en un periódico que habĆan sido 3.000 y aunque me parecieron muchos, despuĆ©s de haber visto lo ocurrido creĆ que podĆa ser verdad. No hace mucho tiempo, tambiĆ©n un periódico de Bilbao, publicaba una foto de una calle del Gernika anterior a la guerra y hablando de los muertos, daba la misma cifra. Posiblemente, en el momento del bombardeo, la población de Gernika serĆa de 7 ó 9.000 habitantes, teniendo en cuenta el nĆŗmero de refugiados, los soldados acuartelados, etc., lo que supondrĆa que dando por cierta la cifra arriba citada, en Gernika murió una de cada tres personas. En mi casa, teniendo en cuenta nuestra familia, los tĆos y primos que habĆan llegado como refugiados, Ć©ramos 12 personas y ninguna murió. Y mirando a las familias de mis amigos y conocidos, tampoco da ese porcentaje. Creo que se ha querido magnificar la catĆ”strofe cargando las tintas en los muertos, como si estos fueran los que dieran la medida del desastre. La revista del pueblo āAldabaā ha hecho un estudio sobre este asunto y recientemente publicó en uno de sus nĆŗmeros la cantidad de muertos de los que se tenĆa constancia: eran 120. Un estudio posterior, ampliado a los caserĆos y pueblos cercanos de donde pudo haber gente que ese dĆa se trasladó a Gernika, elevó la cifra hasta unos 220 muertos. Es posible que fueran algunos mĆ”s por fallecimiento de heridos trasladados a hospitales de Bilbao u otros lugares.
Hay una circunstancia que salvó muchas vidas. Los primeros aviones intentaron bombardear el puente sobre la rĆa, lo que hubiera dificultado la retirada de las tropas. No alcanzaron su objetivo aunque sĆ causaron alguna vĆctima, en una persona que se habĆa refugiado debajo de Ć©l. Como al puente estĆ” algo alejado del centro del pueblo, y especialmente del lugar donde se celebraba el mercado, dio tiempo a que la gente se metiera en los refugios o huyera al campo, aunque esta Ćŗltima opción no salvó a todos ya que muchos murieron ametrallados por los aviones de caza.
Otro de los aspectos que pudieran parecer extraƱos, es el hecho de que ninguno de los posibles objetivos militares que habĆa en Gernika, fueran bombardeados. HabĆa una fĆ”brica de armas que fabricaba pistolas y pistolas-ametralladoras. La de maquinaria se habĆa convertido en una fĆ”brica de bombas. Y el resto de la industria tambiĆ©n cooperaba en la fabricación de armamento, que en aquellos momentos, era prioritario. Y ninguna fue tocada. Todas estaban en la periferia de la población. La razón era que esperaban tomar Gernika muy pronto y podrĆan aprovecharse de su industria. En efecto, tres dĆas despuĆ©s entraban en el pueblo.
Hoy, Gernika es un pueblo moderno y bonito, con una población de unos quince mil habitantes y en la que no quedan recuerdos visibles de su destrucción. En donde estuvo la campa de āplazatorosā hay ahora un amplio recinto dedicado a mercado, donde Ć©ste se celebra todos los lunes del aƱo. Los jóvenes, aunque todos han oĆdo hablar en sus casas del bombardeo, lo consideran como un hecho histórico mĆ”s, ajeno a ellos.
El Ayuntamiento, olvidando hechos pasados, se ha hermanado con otro pueblo alemĆ”n, Pforzheim, tambiĆ©n destruido, esta vez por los ingleses, en la segunda guerra mundial. El gobierno alemĆ”n prometió, como acto de desagravio, construir en Gernika una escuela de altos estudios tĆ©cnicos, pero al final se limitó a hacer una especie de donativo, de 3 millones de marcos, para ayudar a la construcción de un polideportivo. Hoy Gernika es llamada la Ciudad de la Paz y hay una oficina permanente dedicada a difundir tĆ©cnicas de reconciliación, llamada āGernika Gogoratuzā (āRecordado Gernikaā)