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Diario de un superviviente:

Luis Iriondo

Gernika es considerada como la ciudad santa de los vascos. En ella se encuentra el Ć”rbol, al que llaman santo y bajo el cual se reunĆ­an los representantes de los distintos pueblos para tratar los asuntos relativos al gobierno de los mismos. Al comienzo de la guerra, en el aƱo 1.936, era una pequeƱa ciudad de unos 5.000 habitantes. Era una ciudad antigua. Su iglesia es del siglo catorce. Calles estrechas y casas con armazĆ³n de madera y paredes de ladrillo configuraban la poblaciĆ³n. Su industria estaba compuesta de fĆ”bricas de maquinaria, armas, especialmente pistolas para el ejĆ©rcito, cubiertos, orfebrerĆ­a, serrerĆ­as, fĆ”brica de zapatillas e incluso una de chocolates y caramelos. El comercio era de mucha importancia porque por hallarse en el centro de una amplia zona rural, los lunes asistĆ­an los habitantes de toda la zona a vender sus productos y de paso a comprar lo que necesitaban para sus necesidades. 

 

            Y aquĆ­ nacĆ­ yo. Me llamo Luis Iriondo Aurtenetxea y soy hijo de Juan Iriondo y Elvira Aurtenechea. TenĆ­a otros tres hermanos: Rafael, el mayor, que entonces tenĆ­a 17 aƱos y estudiaba la carrera de Comercio en Bilbao. Patxi, de 9 y mi hermana Mari Cruz, de 5. Mis padres tenĆ­an un comercio de muebles y una carbonerĆ­a. Mi madre se encargaba de la mueblerĆ­a y mi padre del carbĆ³n. AdemĆ”s, vivĆ­an con nosotros Damasa, una mujer del cercano pueblo de Bermeo, que llevaba mĆ”s de 20 aƱos en nuestra casa y que era como una mĆ”s de la familia. Cuando a los niƱos nos preguntaban a quien querĆ­amos mĆ”s, si a nuestra madre Ć³ a Damasa, nos ponĆ­an en un aprieto. Damasa, que a pesar de ser pequeƱa y delgada, tenĆ­a una gran fortaleza, acompaƱaba a mi padre en el reparto del carbĆ³n. Y tambiĆ©n estaban con nosotros la perrita ā€œPerlaā€ y el burro ā€œPericoā€. Este Ćŗltimo, pequeƱo y simpĆ”tico, tiraba del carro de carbĆ³n, mientras ā€œPerlaā€ iba encaramada en lo alto de los cestos. ā€œPericoā€ era muy conocidos entre los chicos del pueblo. Cerca de nuestra casa habĆ­a una campa de hierba que llamaban ā€œplazatorosā€ porque quizĆ” en algĆŗn tiempo hubo allĆ­ alguna plaza portĆ”til y en ella solĆ­a soltar mi padre  a ā€œPericoā€ para que pastase, cuando terminaba su trabajo. Esta campa era tambiĆ©n el lugar de recreo de los alumnos del cercano instituto y cuando estaba ā€œPericoā€ lo citaban como si fuera un toro y ā€œPericoā€ corrĆ­a detrĆ”s de ellos alegre y juguetĆ³n, soltando unos sonoros ā€œpedosā€ que eran la risiĆ³n de todos los chicos. Cuando alcanzaba a alguno, le daba un pequeƱo empujĆ³n con el hocico para hacerle perder el equilibrio y luego saltaba por encima de Ć©l sin tocarle. Durante las fiestas del pueblo se solĆ­a celebrar una carrera de burros. Un dĆ­a, un estudiante universitario le pidiĆ³ a mi padre que le dejara a ā€œPericoā€ para participar en ella. El dĆ­a de la carrera y cuando todos esperĆ”bamos que ā€œPericoā€ llegara el primero, vimos con desilusiĆ³n que en la primera vuelta nuestro burro pasaba en Ćŗltimo lugar y en la segunda ni siquiera apareciĆ³. HabĆ­a ocurrido que ā€œPericoā€, acostumbrado a parar delante de los portales de los clientes, se parĆ³ en todos ellos, pese a los esfuerzos de quien lo montaba y cuando pasĆ³ delante de su cuadra, se metiĆ³ en ella con jinete y todo. 

 

            La primera noticia que tuve yo de la guerra fue en la playa. Estaba tumbado en la arena cerca de donde mi padre hablaba con un amigo y oĆ­a su conversaciĆ³n. Hablaban de que habĆ­a habido una sublevaciĆ³n de tropas en el norte de Africa, en el protectorado espaƱol de Marruecos. No era una noticia muy preocupante en aquel momento porque Africa estaba muy lejos y no era la primera sublevaciĆ³n. En el aƱo 32 ya habĆ­a habido otra sublevaciĆ³n militar en Sevilla, del general Sanjurjo,  que fracasĆ³ y en el 35 otra, esta vez de los mineros, en Asturias. Los tiempos estaban entonces bastante revueltos. 

 

            Pero despuĆ©s se precipitaron las cosas. AparecĆ­an por el pueblo coches y camiones con gente armada. Un dĆ­a dos guardias civiles a caballo y despuĆ©s de convocar a la gente a golpes de tambor leyeron un comunicado declarando el estado de guerra. Para nosotros, los niƱos, todo aquello era novedoso y casi motivo de juego. Ya no habĆ­a clases porque la mayorĆ­a de los profesores habĆ­an quedado al otro lado, en la zona que empezaron a llamar ā€œrebeldeā€. Para mĆ­, el mayor motivo de preocupaciĆ³n fue que no llegara un ā€œcomicā€ que se editaba en Barcelona, llamado ā€œMickeyā€ Cada vez que iba a la librerĆ­a, el librero movĆ­a la cabeza y me decĆ­a. ā€œtodavĆ­a no ha llegadoā€. No sabĆ­a que no llegarĆ­a mĆ”s y que me quedarĆ­a sin saber si la reina de los piratas iba a matar al chico bueno o se iba a casar con Ć©l. 

 

            El pueblo fue cambiando. Empezaron a faltar artĆ­culos de primera necesidad. Se habilitaron cuarteles para las distintas tropas. El frente se habĆ­a estabilizado a unos 30 kilĆ³metros y comenzaron a llegar noticias de la muerte de jĆ³venes del pueblo. Aparecieron tambiĆ©n los primeros aviones. Se construyeron unos refugios con sacos de arena que eran totalmente inĆŗtiles, pero entonces nosotros no sabĆ­amos nada porque no habĆ­a conocimientos de lo que eran los bombardeos. A los muchachos nos divertĆ­a todo aquello y ayudĆ”bamos a cargar los sacos y a montar en los camiones para su transporte. Al principƬo, cuando llegaban los aviones, tocaban como seƱal de alarma las sirenas de las fĆ”bricas, pero como tenĆ­an que tocar tambiĆ©n para llamar a los obreros, cambiaron por las campanas. Se instalĆ³ un puesto vigĆ­a en lo alto del monte ā€œKosnoagaā€, que estĆ” encima del pueblo y desde allĆ­ agitaban una bandera cuando veĆ­an aparecer los aviones. Los primeros dĆ­as, corrĆ­amos a los refugios en cuanto oĆ­amos las campanas, pero despuĆ©s, al ver que nada ocurrĆ­a y que las alarmas eran casi diarias, por la cercanĆ­a del frente, dejamos de preocuparnos y de hacer caso a la alarma. 

 

            La guerra no iba bien para los vascos. Las tropas de Franco atacaron por Navarra y tomaron San SebastiĆ”n, cerrĆ”ndose la frontera con Francia y aislando por tierra a toda la parte norte de EspaƱa que era leal al gobierno republicano, no quedando mĆ”s que el mar para que pudieran llegar los alimentos y las armas que se necesitaban. Y en el mar patrullaban las mejores unidades navales que se habĆ­an puesto de parte de la sublevaciĆ³n. 

 

            Cuando progresaba el avance de los franquistas, empezaron a llegar los primeros refugiados. El pueblo cada vez estaba mĆ”s poblado. Con los refugiados, que no cesaban de llegar y las tropas acuarteladas, el pueblo parecĆ­a que estaba siempre de fiesta. Las calles se llenaban y era un animado ir y venir de gente. Nosotros, mĆ”s libres que nunca de la tutela de nuestros padres, que tenĆ­an otras preocupaciones, gozĆ”bamos mĆ”s que nunca. No nos faltaban  cigarrillos. Cuando venĆ­an los camiones con tabaco para los cuarteles nos prestĆ”bamos voluntarios para ayudarles en la descarga y siempre iban algunos paquetes a nuestros bolsillos. 

 

            Se tuvieron noticias del bombardeo de algunas poblaciones cercanas, especialmente de Durango, que estaba a 20 kilĆ³metros y se tomaron mĆ”s en serio la construcciĆ³n de los refugios. En la plaza que llamamos ā€œEl Paseoā€, donde se celebraba la feria de los lunes, se construyeron cuatro tĆŗneles bajo tierra. Uno de ellos se hundiĆ³ cuando lo estaban construyendo y desde dentro podĆ­a verse el cielo, pero luego se rehizo. 

 

            A mi madre debiĆ³ parecerle que yo andaba demasiado suelto y hablĆ³ con el director del Banco de Bilbao, que tenĆ­a escasez de personal porque le habĆ­an movilizado a los jĆ³venes que trabajaban en Ć©l y me colocĆ³ de ā€œbotonesā€ para hacer los recados y otros pequeƱos trabajos. 

 

            El dĆ­a 25 de abril de 1.937 yo estaba cerca de ā€œel Paseoā€ con mi amigo ā€œCipriā€ (Cipriano Arrien). Como yo, era muy aficionado al dibujo y esta aficiĆ³n nos unĆ­a. Yo le envidiaba porque Ć©l sabĆ­a dibujar motocicletas con todo el lĆ­o de maquinaria que tienen y yo a lo mĆ”s que llegaba era a hacer bicicletas. Vimos llegar una columna de milicianos que al parecer venĆ­an de retirada del frente y nos acercamos para ver las ametralladoras y pequeƱos caƱones que llevaban en sus mulos. Iban sucios y cansados. Pasaron con paso cansino hacia la carretera de Bilbao. Sonaron las campanas y vimos pasar algunos aviones. Entonces me dijo "ā€œCipri" que Ć©l tenĆ­a un lugar ideal para refugiarse en  caso de bombardeo. Me llevĆ³ a la carretera de Luno y me enseƱo una pequeƱa hondonada que ya conocĆ­a porque junto a ella habĆ­a un pequeƱo riachuelo donde mĆ”s de una vez habĆ­a puesto junto al agua palitos untados con un pegamento con la intenciĆ³n de cazar pajaritos. Nunca conseguĆ­ coger uno. 

 

            Aquel dĆ­a 26 yo iba contento hacĆ­a el Banco, despuĆ©s de comer. La vĆ­spera habĆ­a estrenado pantalones largos. Los pantalones largos era para nosotros el reconocimiento de que nuestros padres ya no nos consideraban unos niƱos. A un amigo mĆ­o, mucho mĆ”s alto que yo hacĆ­a algĆŗn tiempo que le habĆ­an puesto y yo desde entonces le habĆ­a dado la lata a mi madre para que tambiĆ©n me los hiciera. Cuando me los puso, me dijo mi madre que sĆ³lo era para los domingos, pero aquel dĆ­a, por ser lunes y dĆ­a de mercado, me permitiĆ³ ponĆ©rmelos. Cuando lleguĆ© a la oficina, sĆ³lo estaba un empleado. Era un refugiado de Lekeitio, empleado del banco en aquel pueblo costero y que habĆ­a tenido que huir ante el avance de las tropas de Franco. 

 

            Al de un rato, comenzĆ³ a sonar la alarma. El hombre me preguntĆ³: 

 

-ĀæPor quĆ© tocan las campanas? 

 

-Aviones ā€“le dije sin darle mucha importancia- Es la seƱal de alarma. 

 

El hombre se asustĆ³. 

 

-ĀæDĆ³nde hay un refugio? ā€“preguntĆ³. 

 

-Pase el ferial de ganado ā€“le dije- suba unas escaleras y al fondo de la plaza hay 

 

 varios. 

 

-AcompƔƱame ā€“me ordenĆ³ y no tuve mĆ”s remedio que seguirle de mala gana. 

 

ā€œEl Paseoā€ era el lugar donde se celebraba el mercado. El de ganado estaba 

 

 algo mĆ”s abajo, bajo un arbolado que llamaban ā€œEl ferialā€. 

 

            Antes de llegar a la entrada del primero de los refugios sonaron las primeras explosiones. Entonces corriĆ³ la gente y se apretujaron a la entrada. A mĆ­ me empujaron hacĆ­a el interior. HacĆ­a mucho calor porque el techo era bajo, no habĆ­a ningĆŗn sistema de ventilaciĆ³n  y costaba mucho respirar. Yo creĆ­ que iba a morir asfixiado. Me acordaba tambiĆ©n del refugio que se habĆ­a hundido cuando lo construĆ­an y me entrĆ³ el pĆ”nico pensando lo que ocurrirĆ­a si una bomba caĆ­a encima de Ć©l. Fuera, algo lejanas, se oĆ­an las explosiones. Pero al de poco rato, cesaron y los milicianos que estaban en la entrada nos dijeron que ya podĆ­amos salir. 

 

            RevivĆ­ al respirar otra vez aire puro. Me encontrĆ© con un amigo. 

 

- Parece que ha sido en RenterĆ­a ā€“me dijo. RenterĆ­a es un barrio que se encuentra 

 

 al otro lado del  Ćŗnico  puente que cruza la rĆ­a en el pueblo. 

 

            - Vamos a ver lo que han hecho ā€“ le dije, sin acordarme ya del Banco y del empleado de Lekeitio. 

 

            Pero antes de que llegĆ”ramos a las escaleras por las que se desciende de la plaza, sonaron nuevamente las campanas y echamos a correr otra vez a los refugios. Toda la gente corriĆ³ tambiĆ©n. Esta vez y a pesar de las explosiones que habĆ­an comenzado a oirse, esta vez mĆ”s cercanas, esperĆ© a a que me adelantaran todos y me quedĆ© junto a la entrada. Una pared de sacos de tierra me impedĆ­a ver lo que ocurrĆ­a en el exterior. AllĆ­ podĆ­a respirar mejor, pero esta vez la Ćŗnica defensa que tenĆ­a, ante la caĆ­da de una bomba, eran aquellos sacos de tierra.  

 

            Ahora las explosiones eran mucho mĆ”s fuertes. ā€œEl Paseoā€ es una plaza en forma de ā€œUā€ en la que las escuelas de las chicas y los chicos forman los brazos laterales y la parte central era una terraza bajo la cual estaban nuestros refugios. Todo ello estaba porticado para que la gente pudiera pasear los dĆ­as de lluvia sin mojarse. Las bombas parecĆ­a que eran lanzadas en andanadas por el sonido alargado que producĆ­an. Este ruido parecĆ­a entrar por uno de los brazos de la plaza y recorrer toda su extensiĆ³n con un sonido largo, lĆŗgubre, que parecĆ­a meterse hasta nuestro interior. Y las explosiones eran seguidas de rĆ”fagas de aire caliente. Un aire con un calor templado, repulsivo, que a mĆ­ me parecĆ­a que tenĆ­a el sabor de la muerte 

 

            Entonces no lo sabĆ­a, pero despuĆ©s, al cabo de los aƱos me he informado que los aviones habĆ­an salido de los aeropuertos de Vitoria y Burgos. El primero estaba en lĆ­nea recta a unos 50 kilĆ³metros y el otro a unos 140. Participaban 3 escuadrillas de bombarderos pesados JUNKER ā€œJU-52ā€ que suponen unos 27 aparatos, una escuadrilla (9 aparatos) de bombarderos HEINKEL ā€œHE-111ā€, acompaƱados de la protecciĆ³n de 18 aparatos de caza. nueve HEINKEL ā€œHE-51ā€ y  nueve MESSERSCHMITT ā€œME-109ā€. En total unos 55 aviones. 

 

            Gernika estaba sin defensa alguna. SegĆŗn un telegrama que mandĆ³ el presidente vasco Agirre al Ministro del Aire el 15 de abril, 11 dĆ­as antes del bombardeo, sĆ³lo habĆ­a 4 aviones en Vizcaya en disposiciĆ³n de prestar servicio. En Gernika sĆ³lo habĆ­a una ametralladora para la defensa de la ciudad, en el cuartel de los ā€œgudarisā€ y Ć©sta se encasquillĆ³, en cuanto intentaron disparar. Por ello, los aviones alemanes podĆ­an bombardear a placer  sin nada que se les opusiese. Durante el bombardeo parecĆ­a que habĆ­a algunas pausas, no muy largas. Al parecer, los bombarderos se turnaban. Arrojaban las bombas y volvĆ­an posiblemente a Vitoria, a reponer sus cargas. PodĆ­an llegar en 15 minutos. 

 

            Yo intentaba rezar, pero no terminaba ninguna oraciĆ³n. VeĆ­a cerca la muerte y querĆ­a prepararme para ella, pero el ruido de las bombas interrumpĆ­a mis buenos propĆ³sitos. No podĆ­a pensar mĆ”s que en los estampidos y el calor que me llegaban de fuera. Y me acordaba de mi amigo ā€œCipriā€ y le envidiaba porque pensaba que podrĆ­a estar viendo desde su posiciĆ³n, en las afueras del pueblo, todo lo que ocurrĆ­a sin riesgo alguno. Y me prometĆ­a que si salĆ­a de aquella, nunca mĆ”s me volverĆ­a a meter en un refugio, sino que correrĆ­a al campo. 

 

            Y seguĆ­a el bombardeo interminable. ĀæCuĆ”nto tiempo llevĆ”bamos bajo las bombas?. Junto a mĆ­ estaba un miliciano y una vez le preguntĆ©: ĀæFalta mucho para terminar?. CreĆ­a que por su  experiencia en la guerra podrĆ­a contestar a mi pregunta. Me mirĆ³, se encogiĆ³ de hombros y no me contestĆ³. 

 

            Por fin, cesaron las explosiones. El miliciano me mirĆ³ y me dijo: 

 

-Ya ha terminado. 

 

SalĆ­ al exterior y me detuve aterrado. Todo el pueblo estaba en llamas. Una nube  

 

 de humo cubrĆ­a el cielo. EchĆ© a correr junto a los tenderetes derribados de los quincalleros y corrĆ­ hacia la carretera de Luno. La gente que huĆ­a del pueblo subĆ­a en la misma direcciĆ³n. Junto a la fuente de Udetxea me llamĆ³ la atenciĆ³n  un objeto brillante. Me acerquĆ© y vi que era como un tubo metĆ”lico. Estaba roto y de su interior salĆ­a  una masa blanca. Era una bomba incendiaria. SegĆŗn leĆ­ aƱos despuĆ©s, fueron arrojadas 3.000 bombas como aquellas, ademĆ”s de otros 50.000 kilos de bombas explosivas. 

 

            Al llegar a la primera curva, habĆ­a un miliciano con un fusil  haciendo guardia. DetrĆ”s de Ć©l, en el sitio donde me habĆ­a seƱalado ā€œCipriā€ como ā€œsu refugioā€, me pareciĆ³ ver unos cuerpos de personas. Me acerquĆ© a ver pero el miliciano no me dejĆ³. Entonces no relacionĆ© aquellos cadĆ”veres con los de mi amigo. No me entraba en la cabeza que ā€œCipriā€ pudiera haber muerto. Mucho tiempo despuĆ©s, cuando volvĆ­ a Gernika, me enterĆ© que uno de aquellos cuerpos era el suyo. 

 

            Algo mĆ”s arriba una seƱora me dijo que habĆ­a visto a mi madre con mi hermana. Entonces me dĆ­ cuenta que no me habĆ­a acordado de mi familia. El instinto de conservaciĆ³n habĆ­a bloqueado en mĆ­ cualquier otro sentimiento. Le preguntĆ© por los demĆ”s familiares pero nada mĆ”s sabĆ­a. Junto a la segunda curva, en el lugar que llaman ā€œCuatro bancosā€, encontrĆ© a mi amigo Eloy. No habĆ­a visto a ninguno de los mĆ­os ni yo a los suyos. Subimos a una loma desde donde se veĆ­a todo Gernika y allĆ­, sentados en la hierba contemplamos como ardĆ­a nuestro pueblo. La casa donde vivĆ­a Eloy, que estaba junto a la mĆ­a, era una de las mĆ”s grandes de Gernika. Le llamaban ā€œEl Circoā€ porque en su interior habĆ­a un salĆ³n de espectĆ”culos que hacĆ­a muchos aƱos que estaba cerrado. En un momento dado, las paredes del edificio se desplomaron produciendo una gran humareda. Eloy, sin emociĆ³n alguna, me dijo: 

 

- AllĆ­ estĆ”n mi abuela y mi tĆ­a. Una sorda y la otra paralĆ­tica. 

 

Llevaba un paquete de tabaco en el bolsillo y le ofrecĆ­ un cigarrillo. No 

 

 me importaba que cualquier conocido me viera fumar. Me parecĆ­a que aquel dĆ­a nos habĆ­amos convertido en hombres. La verdad es que a mĆ­ no me gustaba fumar, pero me parecĆ­a que las circunstancias lo exigĆ­an. Pero no pudimos encender los cigarros. A pesar del fuego que devoraba Gernika, nosotros no tenĆ­amos para encender nuestros cigarrillos. 

 

- He  oĆ­do ā€“ me  dijo  Eloy,  mientras  tirĆ”bamos  los inĆŗtiles cigarros que han 

 

 arrojado papeles diciendo que maƱana van a volver y arrasarĆ”n todo lo que ha quedado en piĆ© y los caserĆ­os de los alrededores. 

 

- PodrĆ­amos ir a la cueva de Forua ā€“le dije. 

 

            Esta era una cueva que se encontraba en una aldea cercana,. A dos kilĆ³metros de Gernika, junto a unas canteras. Pero estaba anocheciendo y no era prudente ir por el monte a aquellas horas ya que la otra posibilidad, el hacerlo a travĆ©s del pueblo nos pareciĆ³ menos atractiva. Decidimos hacerlo al dĆ­a siguiente, pero necesitĆ”bamos encontrar un lugar para dormir aquella noche. Decidimos subir hasta Luno. 

 

            Luno (Lumo en euskera) es una aldea que se encuentra a dos kilĆ³metros, encima de Gernika. En un tiempo, Gernika fue un barrio de Luno, pero en el aƱo 1.363 el conde Don Tello, seƱor de Vizcaya, le concediĆ³ unos fueros especiales y lo declarĆ³ independiente. Ahora era una iglesia con unas pocas casas alrededor, formando una plaza. 

 

            Cuando llegamos, vimos una casa con la puerta abierta y luz en su interior. Nos acercamos y una de las mujeres que estaba junto a la puerta, me reconociĆ³, pues vivĆ­a cerca de mi casa. 

 

            - Es el hijo de Elvira, la mueblera ā€“les dijo a los demĆ”s y nos invitĆ³ a pasar. Era la cocina de la casa y estaba llena de gente. La mayorĆ­a de los que allĆ­ habĆ­a eran de Gernika que, como nosotros, habĆ­a huido del pueblo. Nos dieron un tazĆ³n de leche. Estaba llena de nata y a mĆ­ no me gustaba la nata pero hice de tripas corazĆ³n y me la traguĆ©. DespuĆ©s nos ofrecieron para dormir unos catres que tenĆ­an en la cuadra y que habĆ­a dejado unos soldados en su retirada. Nos dieron unos sacos para taparnos. 

 

           En la cuadra, con el calor de los animales, no hacĆ­a frĆ­o y cansado por la emociones del dĆ­a me dormĆ­ enseguida. No sĆ© cuanto tiempo llevarĆ­a durmiendo cuando algo me despertĆ³. Me incorporĆ© en el catre sin saber por quĆ© lo hacĆ­a, cuando oĆ­ mi nombre. EchĆ© a un lado los sacos y sin decirle nada a Eloy, salĆ­ al exterior. El incendio de Gernika alumbraba la plaza cuando vĆ­ en medio de ella la silueta de mi madre que gritaba otra vez mi nombre. EchĆ© a correr hacia ella y nos fundimos en un abrazo. 

 

            - Vamos al pueblo ā€“me dijo cuando nos separamos al cabo de un rato. Nos van a llevar a Bilbao.  

 

            Mientras bajĆ”bamos por la carretera, me fue contando lo que habĆ­a sido de ellos en aquellas horas. Ella habĆ­a huido al campo con Mari Cruz, la hermana menor y estuvieron metidas en una zanja durante todo el bombardeo. Patxi, el hermano que entonces tenĆ­a 10 aƱos, era el que peor lo habĆ­a pasado. Estaba junto al instituto, que entonces era un cuartel comunista, cuando comenzĆ³ el bombardeo. El centinela que estaba de guardia le llevĆ³ con Ć©l a un campo cercano donde se echaron al suelo. Una bomba cayĆ³ junto a ellos y Patxi al volverse sĆ³lo vio un brazo que sobresalĆ­a entre la tierra que les habĆ­a caĆ­do encima. Aterrado, echĆ³ a correr por las calles del pueblo con una sĆ³lo idea en la cabeza. Llegar a un refugio que sabĆ­a estaba en el chalet denominado del ā€Conde Aranaā€. CorrĆ­a en pleno bombardeo sin hacer caso a las voces que le gritaban desde los portales para que se refugiara en ellos. LlegĆ³ al chalet en el momento en que varias bombas caĆ­an sobre el refugio. CayĆ³ desmayado al suelo, pero afortunadamente, mi padre se encontraba en el interior y le tomĆ³ en sus brazos. Aprovechando una de las pausas en el bombardeo, salieron del edificio todos los que estaban allĆ­, porque habĆ­a comenzado a arder la casa y se dirigieron a los bajos del Ayuntamiento, a unos 150 metros de allĆ­, que tambiĆ©n se habĆ­a habilitado para refugio. TambiĆ©n Ć©ste resultĆ³ alcanzado y destruido, pero consiguieron salir de Ć©l. 

 

            Cuando todo terminĆ³, buscĆ³ a mi madre y  entregĆ”ndole a Patxi, mi padre corriĆ³ a nuestra casa para ver si podĆ­a salvar algo. La casa estaba ardiendo y se dirigiĆ³ al lugar donde guardĆ”bamos a ā€œPericoā€. AbriĆ³ la puerta y una llamarada le echĆ³ para atrĆ”s. A travĆ©s del fuego pudo ver al burro que trataba de desasirse de sus ataduras. IntentĆ³ entrar, pero tuvo que  separarse de la casa porque Ć©sta se desplomĆ³ sepultando al pobre ā€œPericoā€. Siempre se lamentĆ³ mi padre el no haber llegado un poco antes pues habĆ­a querido mucho al simpĆ”tico animal. 

 

            De mi hermano Rafael tenĆ­a noticias de que le habĆ­an visto, despuĆ©s del bombardeo, ayudando a sacar las piezas de tela de una tienda que estaba ardiendo. Un amigo de la familia, que estaba en la ā€œErtzaintxaā€ (policĆ­a vasca) habĆ­a conseguido un coche para llevarnos a Bilbao. 

 

            Cuando llegamos a Gernika, habĆ­a mucha gente moviĆ©ndose de un lado a otro. Gudaris y bomberos de Bilbao trataban inĆŗtilmente de atajar el fuego. MovĆ­an las mangueras gritando y dĆ”ndose Ć³rdenes, pero  habĆ­an reventado las caƱerĆ­as y no salĆ­a el  agua. Junto a la Casa de Juntas, donde estĆ” el Ć”rbol que da fama al pueblo, habĆ­a tambiĆ©n mucha gente. ParecĆ­an autoridades o periodistas, que habĆ­an venido de Bilbao. AllĆ­ estaba el coche que nos iba a llevar, a mi madre y los tres hermanos. Mi padre no estaba allĆ­. Entramos al coche  y salimos hacĆ­a la capital. 

 

            Los primeros dĆ­as nos alojamos en casa de un viajante de muebles, muy amigo de la familia Mi padre nos encontrĆ³ allĆ­. Eramos una carga demasiado pesada para nuestro anfitriĆ³n y encontramos un piso que habĆ­a dejado deshabitado un dirigente sindical que luchaba en el frente y que accediĆ³ a dejarnos mientras durara nuestra situaciĆ³n. El piso estaba en una casa de seis pisos en un barrio obrero, cerca del ayuntamiento de Bilbao y en la ladera del monte Artxanda, uno de los montes que rodean a la capital de Vizcaya. Ibamos a comer a los comedores que la asistencia social habĆ­a puesto para atender a los cada vez mĆ”s numerosos refugiados que iban llegando. Cerca de donde nos encontrĆ”bamos, habĆ­a un tĆŗnel de ferrocarril y mi hermano Patxi se pasaba todo el dĆ­a metido en Ć©l. TenĆ­a tanto miedo a los aviones que tenĆ­amos que llevarle la comida al tĆŗnel pues se negaba a salir de Ć©l durante el dĆ­a. Del hermano mayor, Rafael, que tenĆ­a 18 aƱos, nos enteramos que estaba incorporado a filas en un batallĆ³n de transmisiones. 

 

            Entretanto, las tropas de Franco habĆ­an entrado en Gernika y se acercaban a las fortificaciones que rodeaban Bilbao y que llamaban "El CinturĆ³n de Hierro". El ingeniero que lo habĆ­a construido, Luis Goikoetxea, inventor despuĆ©s del tren ā€œTalgoā€, habĆ­a dejado unas zonas dĆ©biles y con los planos del mismo se pasĆ³ al bando franquista. Con aquellos datos, no les fue difĆ­cil romper el ā€œcinturĆ³nā€ y continuar su avance hacia Bilbao. Las tropas vascas ofrecĆ­an una gran resistencia, pero con pocos medios y sin cobertura aĆ©rea,  eran machacadas por los aviones enemigos durante el dĆ­a y tenĆ­an que contraatacar durante la noche para recuperar las posiciones que iban perdiendo. Ya desde Bilbao oĆ­amos los ruidos de la batalla, que se estaba acercando al monte Artxanda, casi encima de nuestras cabezas. 

 

            Un dĆ­a, habĆ­a bajado a Bilbao y vi a unos milicianos que reclutaban en la calle a toda persona que  creĆ­an que podrĆ­a sostener un fusil, para mandarlo al frente. Uno de ellos me agarrĆ³ del brazo e intentĆ³ llevarme. 

 

- SĆ³lo  tengo  catorce  aƱos  ā€“ le  dije,  pero  no  me  hizo  caso.  De  un  tirĆ³n 

 

 me desprendĆ­ de la mano que me agarraba y echĆ© a correr. No intentĆ³ seguirme. 

 

VolvĆ­ a casa. Ya se estaba luchando en Artxanda, a menos de un kilĆ³metro 

 

 de nuestra casa. Estaba sĆ³lo en casa. Mi madre, con la hermana, habĆ­an ido a hacer compaƱƭa a Patxi en el tĆŗnel. Yo habĆ­a encontrado entre los libros del sindicalista, una novela y la estaba leyendo cuando me pareciĆ³ oĆ­r un sonido como de un coche que arranca, pero algo distinto. De pronto, me di cuenta de lo que era. Ā”Un obĆŗs!. TirĆ© el libro que tenĆ­a en la mano y echĆ© a correr escaleras abajo. VivĆ­amos en el quinto piso y la casa no tenĆ­a ascensor. Antes de llegar al portal oĆ­ la explosiĆ³n. SonĆ³ algo lejana. DebiĆ³ ser algĆŗn obĆŗs lanzado contra las lĆ­neas del frente que, mal calculado, pasĆ³ por encima de nuestras cabezas. 

 

            Cuando mi padre llegĆ³ aquella noche a casa dijo: 

 

- AquĆ­ estamos mal. TenĆ©is que salir de aquĆ­. A mĆ­ no me dejan. Me he enterado 

 

 que sale un tren para Santander esta noche y tenĆ©is que marchar en Ć©l. 

 

            Recogimos las pocas cosas que tenĆ­amos y salimos hacĆ­a la estaciĆ³n. El paso por las calles era peligroso. Se luchaba en Artxanda y las balas perdidas caĆ­an sobre Bilbao, produciendo un extraƱo ruido metĆ”lico cuando chocaban con los cables de los tranvĆ­as. TenĆ­amos que evitar las calles que estaban orientadas hacĆ­a el monte o correr arrimados a la pared, cuando no habĆ­a mĆ”s remedio. Cuando llegamos, los andenes estaban atestados de gente con maletas, mantas, colchones, bolsas, etc. Mi padre se separĆ³ de nosotros para ir a informarse. Al de un rato volviĆ³. 

 

            - Nadie sabe nada ā€“dijo- Ni siquiera saben si va a salir el tren. Me he enterado que en el puerto, frente a la universidad de Deusto, va  a  salir  un barco para Santander.. 

 

  Otra vez tuvimos que recorrer las calles de Bilbao acompaƱados del sonido de 

 

las balas perdidas. Al pasar por una plaza, me pareciĆ³ oir el siseo de un obĆŗs y me echĆ© al suelo. Los que me acompaƱaban hicieron lo mismo y la gente que habĆ­a por los alrededores tambiĆ©n. Pero no ocurriĆ³ nada. Esta vez debiĆ³ ser un coche. 

 

- CreĆ­ que era un obĆŗs ā€“le dije a mi padre para disculparme. 

 

Cuando llegamos al puerto, estaban embarcando los Ćŗltimos. Nos despedimos de  

 

mi padre con un rĆ”pido abrazo y subimos al barco. Nos mandaron ir a proa. Un remolcador tiraba de la nave que iba con las luces apagadas. Al llegar a la desembocadura de la rĆ­a, nos dejĆ³ el remolcador y el barco, sin alejarse mucho de la costa, para evitar a los posibles barcos de guerra enemigos, enfilĆ³ hacĆ­a Santander. 

 

            AmanecĆ­a cuando llegamos. Desembarcamos y nos condujeron a un cine, donde nos dieron pan y queso. Mi madre nos dejĆ³ recomendĆ”ndome que cuidara de mis hermanos. A media maƱana volviĆ³ para decirnos que aquella noche ya tenĆ­amos donde dormir. HabĆ­a buscado a un fabricante de muebles del que habĆ­a sido cliente y nos habĆ­a invitado a que pasĆ”ramos en su casa la noche. Nos dio tortilla para cenar y aquella tortilla, por el hambre que tenĆ­a, me pareciĆ³ la tortilla mĆ”s rica del mundo. 

 

            En el reparto que habĆ­an hecho de los refugiados, nos tocĆ³ ir a Torrelavega, una ciudad a unos 20 kilĆ³metros de Santander, donde nos alojaron en una casa en el centro del pueblo donde disponĆ­amos de una gran habitaciĆ³n para los cuatro. Ibamos a comer a la Asistencia Social. En la comida que nos daban se notaban los problemas de abastecimiento que habĆ­a. Cada vez habĆ­a mĆ”s refugiados y menos comida. A media tarde no tenĆ­amos fuerza para subir al segundo piso donde vivĆ­amos y tenĆ­amos a agarrarnos a la barandilla de la escalera para  no caernos de debilidad. Mi madre temiĆ³ por nuestra salud y un dĆ­a, dejĆ”ndonos, marchĆ³ a Santander para ver de buscar una soluciĆ³n a nuestra situaciĆ³n. Vino por la tarde y nos dijo: 

 

- Estad preparados. Nos marchamos de aquĆ­. 

 

- ĀæA dĆ³nde vamos? ā€“ le preguntĆ©. 

 

- No sĆ©, creo que a Francia. Hay un barco que sale esta noche de Santander y tenemos que ir en Ć©l. AsĆ­ no podemos seguir. 

 

Aquella noche embarcamos en un buque carbonero ingles. Su nombre era el 

 

ā€œKenwick Poolā€. Nos metieron a todos en las bodegas. En Ć©stas habĆ­a trigo que nos servĆ­a de cama. Posiblemente el barco habĆ­a llegado con ese cargamento y ahora el lastre lo aprovechaban para cobijarnos a nosotros. OlĆ­a a gente. A mucha gente apiƱada y con el movimiento del barco, que ya habĆ­a zarpado, para aprovechar las horas de la noche y cruzar el bloqueĆ³, me estaba causando nĆ”useas. Cuando empezĆ³ a amanecer, cogĆ­ un puƱado de trigo en el bolsillo y subĆ­ a cubierta. El trigo lo llevaba para intentar con Ć©l calmar el hambre que ya sentĆ­a. Fuera hacĆ­a frĆ­o. La mar estaba algo picada y el barco se movĆ­a mucho. A ambos lados del barco y sobresaliendo sobre el mar habĆ­a una especie de casetas de madera. Eran los retretes improvisados para el gran nĆŗmero de pasajeros que llevaba el barco. IntentĆ© masticar el trigo, pero estaba muy seco y duro y no mitigaba el hambre. 

 

            Se fue calmando el estado de la mar e hicimos la travesĆ­a sin novedad hasta el norte de Francia. El barco fondeĆ³ frente a un puerto donde pasamos casi todo el dĆ­a, esperando nos permitieran desembarcar, pero en lugar de eso, levĆ³ anclas y se dirigiĆ³ hacia el sur. Tras otra noche en el mar, llegamos a Burdeos (Bordeaux). Junto al muelle donde atracĆ³ habĆ­a una estaciĆ³n. En un pabellĆ³n del madera de la misma, nos vacunaron y nos embarcaron esta vez en un tren. Estando allĆ­, esperando que arrancara, un grupo numeroso de seƱoritas se acercĆ³  al tren repartiendo tabletas de chocolate. Yo dudaba en utilizar el francĆ©s que habĆ­a aprendido en el instituto para pedirles que tambiĆ©n me dieran, pues no creĆ­a que valiera para algo lo que habĆ­a estudiado. Por eso, le dije a mi hermanita: 

 

- Dile a la primera que pase ā€œdonnez moi de chocolatā€. 

 

AsĆ­ lo hizo y a pesar de su pronunciaciĆ³n, o quizĆ” porque en aquel momento   extendĆ­a tambiĆ©n la mano, le dieron una tableta. Esto me animĆ³ a emplear yo tambiĆ©n en adelante el francĆ©s que habĆ­a aprendido. 

 

El  tren partiĆ³ hacĆ­a el norte y el viaje fue como un paseo triunfal. En muchas de las grandes estaciones donde paraba habĆ­a autoridades y mucha gente esperando, incluso en algunos sitios con banda de mĆŗsica,  para darnos no sĆ³lo la bienvenida, sino tambiĆ©n comida abundante. Nos recibĆ­an con pancartas y guirnaldas,  como si viniĆ©ramos victoriosos de alguna batalla, cuando en realidad venĆ­amos  rotos y derrotados. 

 

En cada estaciĆ³n, descendĆ­a algĆŗn grupo del tren, destinado a quedarse  allĆ­. A medida que nos acercĆ”bamos hacia el Norte, cada vez Ć©ramos menos en el convoy. En una ocasiĆ³n, un hombre ya mayor, irrumpiĆ³ en nuestro vagĆ³n armado con un cuchillo y gritando que parara el tren. DecĆ­a que Ć©l querĆ­a volver a su casa. Al parecer, al pobre hombre que debĆ­a tener muchos aƱos, tantas vicisitudes le habĆ­an trastornado la cabeza y aƱoraba su casa. Alguien, al parecer,  tirĆ³ de la cadena de alarma porque el tren se detuvo. El hombre saltĆ³ al exterior, pero unos empleados del ferrocarril fueron tras Ć©l y le trajeron otra vez al tren. Ya no supimos mĆ”s de Ć©l. 

 

Cuando ya apenas quedaba gente, tambiĆ©n a nosotros nos mandaron descender. 

 

EstĆ”bamos en Vernon-Eure, en el departamento de NormandĆ­a, una poblaciĆ³n situada al Oeste de Paris y a unos 60 kilĆ³metros de la capital francesa. Nos trasladaron a un viejo caserĆ³n que en otro tiempo debiĆ³ ser parque de bomberos, pero que ahora en parte estaba ocupado por dependencias de un sindicato. El resto lo ocupamos nosotros. En la primera planta estaban la cocina y el comedor y en el Ć”tico, bajo el tejado, dos dependencias destinadas a dormitorios corridos. A otro chico de Bilbao, un aƱo mayor que yo  y a mĆ­, por ser los mayorcitos, nos asignaron una pequeƱa habitaciĆ³n que habĆ­a entre ambos dormitorios. Las camas debĆ­an proceder de un cuartel de soldados que habĆ­a enfrente de nuestra casa. ConsistĆ­an en unas tablas que se apoyaban en unos soportes de hierro y las colchonetas eran de paja. DespuĆ©s de las tres noches pasadas en el barco y en el tren, nos parecieron que eran de plumas. 

 

            Como yo era el Ćŗnico que sabĆ­a algo de francĆ©s, me convertĆ­ en el intĆ©rprete de la colonia. AcompaƱaba a mi madre, que designaron como administradora, quizĆ” por ser la madre del intĆ©rprete, a hacer la compra. Eramos unas 30 personas y las mujeres se turnaban en la cocina. Todas las semanas venĆ­a un representante del ayuntamiento a pasarnos lista y entregarnos la asignaciĆ³n que no sĆ© de donde procedĆ­a. Posiblemente, del gobierno espaƱol o el vasco. 

 

            Era un pueblo muy bonito, a orillas del Sena junto al cual habĆ­a una gran playa donde gracias a un ex-campeĆ³n de nataciĆ³n que ejercĆ­a de socorrista, perfeccionĆ© un poco mis conocimientos de nataciĆ³n. Pero a pesar de hallarnos lejos de la guerra y encontrarnos bien, aƱorĆ”bamos nuestra tierra. 

 

            En una de las primeras salidas que hicimos a conocer el pueblo, Patxi, de pronto se acurrucĆ³ contra una pared y gritĆ³. Ā”Un aviĆ³n, un aviĆ³n!. En efecto, un aviĆ³n comercial pasaba en aquel momento. Nos costĆ³ hacerle comprender que allĆ­ no estĆ”bamos en guerra y que no tenĆ­a que temer a los aviones. TodavĆ­a tenĆ­a dentro el terror que le habĆ­a dejado el bombardeo. Y prĆ”cticamente, nunca saldrĆ­a de Ć©l. Siendo ya mayor, alto y fuerte, jugando como delantero centro del equipo de futbol de Gernika, donde era conocido por su valor ante los jugadores contrarios,  los dĆ­as de tormenta se volvĆ­a nervioso e irascible. Era en vano que le dijĆ©ramos que no tenĆ­a nada que temer. Inconscientemente, el ruido de los truenos le recordaba en su interior los sonidos del bombardeo. Y aunque lo intentaba, no consiguiĆ³ vencer esta obsesiĆ³n. 

 

            Cuando llevĆ”bamos poco tiempo, Patxi enfermĆ³. TenĆ­a apendicitis. Le ingresaron en el hospital, donde le operaron. Lo pasĆ³ muy mal. Cada vez que le visitĆ”bamos nos pedĆ­a que le sacĆ”ramos de allĆ­. No podĆ­a entenderse con la gente que le atendĆ­a y se encontraba demasiado sĆ³lo, sin nadie con quien poder hablar. 

 

            A finales del mes de julio, tuvimos noticias de mi padre. SeguĆ­a en Bilbao, en la misma casa donde habĆ­amos estado. Rafael estaba prisionero. Nos pedĆ­a que volviĆ©ramos y mi madre no lo dudĆ³ un instante. Era una mujer muy decidida. DejĆ”ndome al cuidado de mis hermanos y sin saber una palabra de francĆ©s, se fue a Paris , a las oficinas del Gobierno Vasco y arreglĆ³ los papeles para que pudiĆ©ramos volver. 

 

            Tuvimos que pasar por Paris, cuando allĆ­ se celebraba la Feria Internacional en donde en el pabellĆ³n espaƱol se exhibĆ­a por primera vez el cuadro de Picasso que lleva el nombre de nuestro pueblo. Claro que entonces  no lo sabĆ­amos, ni hubiĆ©ramos podido ir a verlo. Salimos de noche y a la maƱana siguiente llegamos a la frontera.   

 

            Lo que encontramos en EspaƱa era muy distinto a lo que habĆ­amos dejado. Tuvimos que arreglar la documentaciĆ³n en el ayuntamiento de IrĆŗn y al entrar en un bar a desayunar, me llamĆ³ la atenciĆ³n un letrero que habĆ­a en la pared. DecĆ­a ā€œsi eres espaƱol, habla espaƱolā€. Yo creĆ­ que estaba dirigido a los que venĆ­an de Francia, pero se referĆ­a a nuestra lengua. Al euskera. 

 

            En el tren, de San SebastiĆ”n a Bilbao, venĆ­a junto a nosotros un seƱor que entablĆ³ conversaciĆ³n con nosotros. Al decirle de donde Ć©ramos saliĆ³ a relucir el asunto de la destrucciĆ³n de Gernika y cuando le hablamos del bombardeo, se llevĆ³ el dedo a los labios y mirando en derredor, nos dijo: 

 

- No digĆ”is que Gernika fue bombardeada. 

 

- ĀæPor quĆ©? ā€“ le preguntamos. 

 

- Porque hay que decir que fue quemada por los rojos. 

 

Esta vez fue la primera vez que oĆ­amos hablar de este asunto. 

 

El bombardeo de Gernika, cuando apareciĆ³ en la prensa de todo el  mundo causĆ³    

 

 un gran impacto que sorprendiĆ³ a los mismos franquistas pues suponĆ­a un gran desprestigio para su causa. Entonces, para contrarrestar el efecto causado, su propaganda difundiĆ³ la noticia de que los rojo-separatistas, en su retirada, habĆ­an destruido el pueblo dĆ”ndole fuego. Lo que no explicaban era quiĆ©n habĆ­a matado a los muertos. Y sin venir a Gernika para hablar con los supervivientes, buscaron ā€œpruebasā€ que avalaran lo que ellos decĆ­an y a tal fin, publicaron una fotografĆ­a de la iglesia de San Juan, quemada y con unos bidones de gasolina al lado. Los guerniqueses sabĆ­amos que aquellos bidones eran los del surtidor de gasolina que estaba cerca de la iglesia ya que en aquel tiempo, al no haber camiones aljibes, se transportaba en aquellos envases el combustible. Existe otra fotografĆ­a, muy anterior a esa, posiblemente del dĆ­a siguiente al bombardeo, en la que no aparecen los mencionados bidones. En otra ocasiĆ³n, vi  en un periĆ³dico de Madrid una fotografĆ­a de la iglesia de Santa MarĆ­a con un piĆ© que decĆ­a: ā€œIglesia de Santa MarĆ­a, destruida por los separatistas en su retirada y reconstruida por la EspaƱa de Francoā€. Y la iglesia que aparecĆ­a en la fotografĆ­a tenĆ­a seis siglos. 

 

            Al llegar a Bilbao, mis padres hicieron las gestiones necesarias para liberar a mi hermano Rafael, que estaba prisionero, pero el mismo dĆ­a que le  dejaron en libertad lo incorporaron a su ejercito. Fuimos a recibirle al tren que le traĆ­a de la prisiĆ³n para despedirle seguidamente en el que le llevaba a su nuevo destino como soldado de Franco y de allĆ­ otra vez al frente. 

 

            Mi padre tuvo que trabajar como obrero en una fĆ”brica de Bilbao y mi madre fue a Gernika para tratar de volver a montar el negocio de muebles. El pueblo estaba en ruinas y en los bajos de algunas casas, que no habĆ­an sido totalmente destruidas, surgĆ­an algunas tiendas. El Ayuntamiento habilitĆ³ los bajos de las escuelas, cerca de donde habĆ­an estado los refugios e incluso Ć©stos se aprovechaban tambiĆ©n. En una de esas lonjas mi madre, gracias al crĆ©dito de los fabricantes que ya le conocĆ­an, pudo reanudar el negocio. Yo ya no podĆ­a seguir con mis estudios debido a la precaria situaciĆ³n econĆ³mica que atravesĆ”bamos y tratĆ© de buscar trabajo, preparĆ”ndome para labores de oficina. 

 

            Cuando pude visitar Gernika, los prisioneros de guerra eran empleados para hacer las labores de desescombro. Ya habĆ­an limpiado las calles y se podĆ­a transitar por ellas. Entonces me enterĆ© de la muerte de Cipri. 

 

            Cuando terminĆ³ la guerra, en 1.939, seguimos en Bilbao pues se habĆ­a reconstruido muy poco de Gernika y el aƱo 42, un mes antes de incorporarme al servicio militar, mi padre muriĆ³ inesperadamente de pulmonĆ­a. Estando yo de soldado, mi familia se trasladĆ³ a Gernika, a una casa de la misma calle donde habĆ­amos vivido antes de la guerra, junto a ā€œplazatorosā€, la campa donde solĆ­a correr ā€œPericoā€ detrĆ”s de los chicos del instituto. 

 

            Aunque oficialmente, no podĆ­a hablarse de la destrucciĆ³n de Gernika como producida por un bombardeo, en el pueblo y en las conversaciones entre amigos y familiares, se hablaba libremente de ello. En la parroquia publicĆ”bamos los jĆ³venes una especie de periĆ³dico, destinado a los guerniqueses ausentes y tenĆ­amos que hacer juegos de palabras aludiendo al incendio, a la destrucciĆ³n, etc. de Gernika, pero sin escribir la palabra bombardeo, aunque todos sabĆ­amos quĆ© querĆ­a decir lo que escribĆ­amos. En el aƱo 1.953 estando en Bilbao, me presentaron a dos periodistas franceses a los que hablĆ© claramente e incluso me trasladaron en su coche a Gernika y me sacaron algunas fotos en el pueblo. No sĆ© lo que escribieron, pero no tuve ninguna represiĆ³n. Poco a poco se fue aflojando aquella presiĆ³n y ya se empezĆ³ a escribir tĆ­midamente sobre el asunto, al menos poniendo en duda la autorĆ­a de su destrucciĆ³n, hasta que en 1.970, Vicente TalĆ³n, un periodista de Bilbao, publicĆ³ el libro ā€œArde Guernicaā€, recogiendo los testimonios de los supervivientes. Ya habĆ­an pasado 33 aƱos y el rĆ©gimen ya no parecĆ­a importarle tanto el mantener la mentira. El mundo se habĆ­a olvidado  de aquella tragedia y la difusiĆ³n de su verdad ya no podĆ­a hacerles daƱo. 

 

            Con la llegada de la democracia  proliferaron los libros relativos al tema, pero ya no eran una noticia. En 1.987 se celebrĆ³ el cincuenta aniversario del bombardeo como si se tratara de una gran fiesta. Hubo mĆŗsica por todas partes, bailes, conciertos de rock, etc. Llegaron jĆ³venes de todas partes y de todas condiciones que se apoderaron del pueblo como plaza conquistada, cometiendo toda clase de desmanes. Fue un dĆ­a triste para nosotros, los que habĆ­amos conocido el bombardeo. Se estaba celebrando una fiesta de alegrĆ­a y jolgorio para conmemorar la destrucciĆ³n de nuestro pueblo y la muerte de muchos seres queridos. Alguien dijo: ā€œĀ”Quiera Dios que no haya otro bombardeo para que no pueda celebrarse otro cincuentenario como Ć©ste!ā€. 

 

            Diez aƱos despuĆ©s, el pasado aƱo de 1.997 la cosa cambiĆ³. Se celebrĆ³ una misa en el cementerio, en el mausoleo dedicado a los muertos de aquel dĆ­a, durante la cual estuvo tocando, mientras durĆ³ la misa, la campana que habĆ­a sido de la destruida iglesia de San Juan. Tocaba pausadamente, como el toque de difuntos que en otro tiempo tambiĆ©n tocĆ³. Hubo tambiĆ©n un encuentro entre las autoridades alemanas y los supervivientes, en el cual el embajador alemĆ”n, leyĆ³ por primera vez, un escrito del presidente de Alemania reconociendo que habĆ­a sido su aviaciĆ³n la que habĆ­a bombardeado Gernika. En nombre de los supervivientes, contestĆ© yo al embajador diciĆ©ndole que si entonces que habĆ­an venido otros alemanes a Gernika, no pudimos entendernos porque ellos estaban arriba y nosotros abajo y nos veĆ­an como hormigas que huĆ­an desesperadamente y las hormigas y los hombres no pueden entenderse, ahora sĆ­ viĆ©ndonos todos a la misma altura podĆ­amos comprendernos y caminar juntos y en paz 

 

            Como final, he de aƱadir algunas notas. Mi hermano Patxi, muriĆ³ jĆ³ven, a los 28 aƱos de una extraƱa enfermedad de tipo cancerĆ­geno. Posiblemente nada tenga que ver, pero siempre he creĆ­do que aquel dĆ­a algo se rompiĆ³ en el interior de mi hermano por todo el horror que pasĆ³ y que al de muchos aƱos despuĆ©s surgiĆ³ en forma de aquella enfermedad. De nuestra perrita ā€œPerlaā€, nada mĆ”s supimos y siempre he confiado en que se salvarĆ­a y encontrarĆ­a un nuevo dueƱo. Cuando volvimos de Francia, nos regalaron una nieta suya, del mismo color que ella y que al crecer se convirtiĆ³ en su vivo retrato. Le pusimos el mismo nombre y siempre la consideramos como si fuera la que habĆ­amos perdido. 

 

            En algunas partes, hablo de milicianos y otra de ā€œgudarisā€. Estos Ćŗltimos eran los soldados de los partidos vascos. Los primeros pertenecĆ­an a partidos de ambito nacional espaƱol: socialistas, comunistas, anarquistas, etc. y vestĆ­an como uniforme un ā€œmonoā€ o buzo de trabajo, como los que llevan los obreros de las fĆ”bricas. 

 

            Algo que ha dado mucho que hablar, ha sido el nĆŗmero de muertos que hubo. Cuando llegamos a Francia, leĆ­ en un periĆ³dico que habĆ­an sido 3.000 y aunque me parecieron muchos, despuĆ©s de haber visto lo ocurrido creĆ­ que podĆ­a ser verdad. No hace mucho tiempo, tambiĆ©n un periĆ³dico de Bilbao, publicaba una foto de una calle del Gernika anterior a la guerra y hablando de los muertos, daba la misma cifra. Posiblemente, en el momento del bombardeo, la poblaciĆ³n de Gernika serĆ­a de 7 Ć³ 9.000 habitantes, teniendo en cuenta el nĆŗmero de refugiados, los soldados acuartelados, etc., lo que supondrĆ­a que dando por cierta la cifra arriba citada, en Gernika muriĆ³ una de cada tres personas. En mi casa, teniendo en cuenta nuestra familia, los tĆ­os y primos que habĆ­an llegado como refugiados, Ć©ramos 12 personas y ninguna muriĆ³. Y mirando a las familias de mis amigos y conocidos, tampoco da ese porcentaje. Creo que se ha querido magnificar la catĆ”strofe cargando las tintas en los muertos, como si estos fueran los que dieran la medida del desastre. La revista del pueblo ā€œAldabaā€ ha hecho un estudio sobre este asunto y recientemente publicĆ³ en uno de sus nĆŗmeros la cantidad de muertos de los que se tenĆ­a constancia: eran 120. Un estudio posterior, ampliado a los caserĆ­os y pueblos cercanos de donde pudo haber gente que ese dĆ­a se trasladĆ³ a Gernika, elevĆ³ la cifra hasta unos 220 muertos. Es posible que fueran algunos mĆ”s por fallecimiento de heridos trasladados a hospitales de Bilbao u otros lugares. 

 

            Hay una circunstancia que salvĆ³ muchas vidas. Los primeros aviones intentaron bombardear el puente sobre la rĆ­a, lo que hubiera dificultado la retirada de las tropas. No alcanzaron su objetivo aunque sĆ­ causaron alguna vĆ­ctima, en una persona que se habĆ­a refugiado debajo de Ć©l. Como al puente estĆ” algo alejado del centro del pueblo, y especialmente del lugar donde se celebraba el mercado, dio tiempo a que la gente se metiera en los refugios o huyera al campo, aunque esta Ćŗltima opciĆ³n no salvĆ³ a todos ya que muchos murieron ametrallados por los aviones de caza. 

 

            Otro de los aspectos que pudieran parecer extraƱos, es el hecho de que ninguno de los posibles objetivos militares que habĆ­a en Gernika,  fueran bombardeados. HabĆ­a una fĆ”brica de armas que fabricaba pistolas y pistolas-ametralladoras. La de maquinaria se habĆ­a convertido en una fĆ”brica de bombas. Y el resto de la industria tambiĆ©n cooperaba en la fabricaciĆ³n de armamento, que en aquellos momentos, era prioritario. Y ninguna fue tocada. Todas estaban en la periferia de la poblaciĆ³n. La razĆ³n era que esperaban tomar Gernika muy pronto y  podrĆ­an aprovecharse de su industria. En efecto, tres dĆ­as despuĆ©s entraban en el pueblo. 

 

            Hoy, Gernika es un pueblo moderno y bonito, con una poblaciĆ³n de unos quince mil habitantes y en la que no quedan recuerdos visibles de su destrucciĆ³n. En donde estuvo la campa de ā€œplazatorosā€ hay ahora un amplio recinto dedicado a mercado, donde Ć©ste se celebra todos los lunes del aƱo. Los jĆ³venes, aunque todos han oĆ­do hablar en sus casas del bombardeo, lo consideran como un hecho histĆ³rico mĆ”s, ajeno a ellos. 

 

            El Ayuntamiento, olvidando hechos pasados, se ha hermanado con otro pueblo alemĆ”n,  Pforzheim, tambiĆ©n destruido, esta vez por los ingleses, en la segunda guerra mundial. El gobierno alemĆ”n prometiĆ³, como acto de desagravio, construir en Gernika una escuela de altos estudios tĆ©cnicos, pero al final se limitĆ³ a hacer una especie de donativo, de 3 millones de marcos, para ayudar a la construcciĆ³n de un polideportivo. Hoy Gernika es llamada la Ciudad de la Paz y hay una oficina permanente dedicada a difundir tĆ©cnicas de reconciliaciĆ³n, llamada ā€œGernika Gogoratuzā€ (ā€œRecordado Gernikaā€) 

 

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