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Diario de un superviviente:

Luis Iriondo

Gernika es considerada como la ciudad santa de los vascos. En ella se encuentra el Ć”rbol, al que llaman santo y bajo el cual se reunĆ­an los representantes de los distintos pueblos para tratar los asuntos relativos al gobierno de los mismos. Al comienzo de la guerra, en el aƱo 1.936, era una pequeƱa ciudad de unos 5.000 habitantes. Era una ciudad antigua. Su iglesia es del siglo catorce. Calles estrechas y casas con armazón de madera y paredes de ladrillo configuraban la población. Su industria estaba compuesta de fĆ”bricas de maquinaria, armas, especialmente pistolas para el ejĆ©rcito, cubiertos, orfebrerĆ­a, serrerĆ­as, fĆ”brica de zapatillas e incluso una de chocolates y caramelos. El comercio era de mucha importancia porque por hallarse en el centro de una amplia zona rural, los lunes asistĆ­an los habitantes de toda la zona a vender sus productos y de paso a comprar lo que necesitaban para sus necesidades. 

 

            Y aquĆ­ nacĆ­ yo. Me llamo Luis Iriondo Aurtenetxea y soy hijo de Juan Iriondo y Elvira Aurtenechea. TenĆ­a otros tres hermanos: Rafael, el mayor, que entonces tenĆ­a 17 aƱos y estudiaba la carrera de Comercio en Bilbao. Patxi, de 9 y mi hermana Mari Cruz, de 5. Mis padres tenĆ­an un comercio de muebles y una carbonerĆ­a. Mi madre se encargaba de la mueblerĆ­a y mi padre del carbón. AdemĆ”s, vivĆ­an con nosotros Damasa, una mujer del cercano pueblo de Bermeo, que llevaba mĆ”s de 20 aƱos en nuestra casa y que era como una mĆ”s de la familia. Cuando a los niƱos nos preguntaban a quien querĆ­amos mĆ”s, si a nuestra madre ó a Damasa, nos ponĆ­an en un aprieto. Damasa, que a pesar de ser pequeƱa y delgada, tenĆ­a una gran fortaleza, acompaƱaba a mi padre en el reparto del carbón. Y tambiĆ©n estaban con nosotros la perrita ā€œPerlaā€ y el burro ā€œPericoā€. Este Ćŗltimo, pequeƱo y simpĆ”tico, tiraba del carro de carbón, mientras ā€œPerlaā€ iba encaramada en lo alto de los cestos. ā€œPericoā€ era muy conocidos entre los chicos del pueblo. Cerca de nuestra casa habĆ­a una campa de hierba que llamaban ā€œplazatorosā€ porque quizĆ” en algĆŗn tiempo hubo allĆ­ alguna plaza portĆ”til y en ella solĆ­a soltar mi padre  a ā€œPericoā€ para que pastase, cuando terminaba su trabajo. Esta campa era tambiĆ©n el lugar de recreo de los alumnos del cercano instituto y cuando estaba ā€œPericoā€ lo citaban como si fuera un toro y ā€œPericoā€ corrĆ­a detrĆ”s de ellos alegre y juguetón, soltando unos sonoros ā€œpedosā€ que eran la risión de todos los chicos. Cuando alcanzaba a alguno, le daba un pequeƱo empujón con el hocico para hacerle perder el equilibrio y luego saltaba por encima de Ć©l sin tocarle. Durante las fiestas del pueblo se solĆ­a celebrar una carrera de burros. Un dĆ­a, un estudiante universitario le pidió a mi padre que le dejara a ā€œPericoā€ para participar en ella. El dĆ­a de la carrera y cuando todos esperĆ”bamos que ā€œPericoā€ llegara el primero, vimos con desilusión que en la primera vuelta nuestro burro pasaba en Ćŗltimo lugar y en la segunda ni siquiera apareció. HabĆ­a ocurrido que ā€œPericoā€, acostumbrado a parar delante de los portales de los clientes, se paró en todos ellos, pese a los esfuerzos de quien lo montaba y cuando pasó delante de su cuadra, se metió en ella con jinete y todo. 

 

            La primera noticia que tuve yo de la guerra fue en la playa. Estaba tumbado en la arena cerca de donde mi padre hablaba con un amigo y oĆ­a su conversación. Hablaban de que habĆ­a habido una sublevación de tropas en el norte de Africa, en el protectorado espaƱol de Marruecos. No era una noticia muy preocupante en aquel momento porque Africa estaba muy lejos y no era la primera sublevación. En el aƱo 32 ya habĆ­a habido otra sublevación militar en Sevilla, del general Sanjurjo,  que fracasó y en el 35 otra, esta vez de los mineros, en Asturias. Los tiempos estaban entonces bastante revueltos. 

 

            Pero despuĆ©s se precipitaron las cosas. AparecĆ­an por el pueblo coches y camiones con gente armada. Un dĆ­a dos guardias civiles a caballo y despuĆ©s de convocar a la gente a golpes de tambor leyeron un comunicado declarando el estado de guerra. Para nosotros, los niƱos, todo aquello era novedoso y casi motivo de juego. Ya no habĆ­a clases porque la mayorĆ­a de los profesores habĆ­an quedado al otro lado, en la zona que empezaron a llamar ā€œrebeldeā€. Para mĆ­, el mayor motivo de preocupación fue que no llegara un ā€œcomicā€ que se editaba en Barcelona, llamado ā€œMickeyā€ Cada vez que iba a la librerĆ­a, el librero movĆ­a la cabeza y me decĆ­a. ā€œtodavĆ­a no ha llegadoā€. No sabĆ­a que no llegarĆ­a mĆ”s y que me quedarĆ­a sin saber si la reina de los piratas iba a matar al chico bueno o se iba a casar con Ć©l. 

 

            El pueblo fue cambiando. Empezaron a faltar artĆ­culos de primera necesidad. Se habilitaron cuarteles para las distintas tropas. El frente se habĆ­a estabilizado a unos 30 kilómetros y comenzaron a llegar noticias de la muerte de jóvenes del pueblo. Aparecieron tambiĆ©n los primeros aviones. Se construyeron unos refugios con sacos de arena que eran totalmente inĆŗtiles, pero entonces nosotros no sabĆ­amos nada porque no habĆ­a conocimientos de lo que eran los bombardeos. A los muchachos nos divertĆ­a todo aquello y ayudĆ”bamos a cargar los sacos y a montar en los camiones para su transporte. Al principƬo, cuando llegaban los aviones, tocaban como seƱal de alarma las sirenas de las fĆ”bricas, pero como tenĆ­an que tocar tambiĆ©n para llamar a los obreros, cambiaron por las campanas. Se instaló un puesto vigĆ­a en lo alto del monte ā€œKosnoagaā€, que estĆ” encima del pueblo y desde allĆ­ agitaban una bandera cuando veĆ­an aparecer los aviones. Los primeros dĆ­as, corrĆ­amos a los refugios en cuanto oĆ­amos las campanas, pero despuĆ©s, al ver que nada ocurrĆ­a y que las alarmas eran casi diarias, por la cercanĆ­a del frente, dejamos de preocuparnos y de hacer caso a la alarma. 

 

            La guerra no iba bien para los vascos. Las tropas de Franco atacaron por Navarra y tomaron San SebastiĆ”n, cerrĆ”ndose la frontera con Francia y aislando por tierra a toda la parte norte de EspaƱa que era leal al gobierno republicano, no quedando mĆ”s que el mar para que pudieran llegar los alimentos y las armas que se necesitaban. Y en el mar patrullaban las mejores unidades navales que se habĆ­an puesto de parte de la sublevación. 

 

            Cuando progresaba el avance de los franquistas, empezaron a llegar los primeros refugiados. El pueblo cada vez estaba mĆ”s poblado. Con los refugiados, que no cesaban de llegar y las tropas acuarteladas, el pueblo parecĆ­a que estaba siempre de fiesta. Las calles se llenaban y era un animado ir y venir de gente. Nosotros, mĆ”s libres que nunca de la tutela de nuestros padres, que tenĆ­an otras preocupaciones, gozĆ”bamos mĆ”s que nunca. No nos faltaban  cigarrillos. Cuando venĆ­an los camiones con tabaco para los cuarteles nos prestĆ”bamos voluntarios para ayudarles en la descarga y siempre iban algunos paquetes a nuestros bolsillos. 

 

            Se tuvieron noticias del bombardeo de algunas poblaciones cercanas, especialmente de Durango, que estaba a 20 kilómetros y se tomaron mĆ”s en serio la construcción de los refugios. En la plaza que llamamos ā€œEl Paseoā€, donde se celebraba la feria de los lunes, se construyeron cuatro tĆŗneles bajo tierra. Uno de ellos se hundió cuando lo estaban construyendo y desde dentro podĆ­a verse el cielo, pero luego se rehizo. 

 

            A mi madre debió parecerle que yo andaba demasiado suelto y habló con el director del Banco de Bilbao, que tenĆ­a escasez de personal porque le habĆ­an movilizado a los jóvenes que trabajaban en Ć©l y me colocó de ā€œbotonesā€ para hacer los recados y otros pequeƱos trabajos. 

 

            El dĆ­a 25 de abril de 1.937 yo estaba cerca de ā€œel Paseoā€ con mi amigo ā€œCipriā€ (Cipriano Arrien). Como yo, era muy aficionado al dibujo y esta afición nos unĆ­a. Yo le envidiaba porque Ć©l sabĆ­a dibujar motocicletas con todo el lĆ­o de maquinaria que tienen y yo a lo mĆ”s que llegaba era a hacer bicicletas. Vimos llegar una columna de milicianos que al parecer venĆ­an de retirada del frente y nos acercamos para ver las ametralladoras y pequeƱos caƱones que llevaban en sus mulos. Iban sucios y cansados. Pasaron con paso cansino hacia la carretera de Bilbao. Sonaron las campanas y vimos pasar algunos aviones. Entonces me dijo "ā€œCipri" que Ć©l tenĆ­a un lugar ideal para refugiarse en  caso de bombardeo. Me llevó a la carretera de Luno y me enseƱo una pequeƱa hondonada que ya conocĆ­a porque junto a ella habĆ­a un pequeƱo riachuelo donde mĆ”s de una vez habĆ­a puesto junto al agua palitos untados con un pegamento con la intención de cazar pajaritos. Nunca conseguĆ­ coger uno. 

 

            Aquel dĆ­a 26 yo iba contento hacĆ­a el Banco, despuĆ©s de comer. La vĆ­spera habĆ­a estrenado pantalones largos. Los pantalones largos era para nosotros el reconocimiento de que nuestros padres ya no nos consideraban unos niƱos. A un amigo mĆ­o, mucho mĆ”s alto que yo hacĆ­a algĆŗn tiempo que le habĆ­an puesto y yo desde entonces le habĆ­a dado la lata a mi madre para que tambiĆ©n me los hiciera. Cuando me los puso, me dijo mi madre que sólo era para los domingos, pero aquel dĆ­a, por ser lunes y dĆ­a de mercado, me permitió ponĆ©rmelos. Cuando lleguĆ© a la oficina, sólo estaba un empleado. Era un refugiado de Lekeitio, empleado del banco en aquel pueblo costero y que habĆ­a tenido que huir ante el avance de las tropas de Franco. 

 

            Al de un rato, comenzó a sonar la alarma. El hombre me preguntó: 

 

-ĀæPor quĆ© tocan las campanas? 

 

-Aviones –le dije sin darle mucha importancia- Es la seƱal de alarma. 

 

El hombre se asustó. 

 

-ĀæDónde hay un refugio? –preguntó. 

 

-Pase el ferial de ganado –le dije- suba unas escaleras y al fondo de la plaza hay 

 

 varios. 

 

-AcompƔƱame –me ordenó y no tuve mĆ”s remedio que seguirle de mala gana. 

 

ā€œEl Paseoā€ era el lugar donde se celebraba el mercado. El de ganado estaba 

 

 algo mĆ”s abajo, bajo un arbolado que llamaban ā€œEl ferialā€. 

 

            Antes de llegar a la entrada del primero de los refugios sonaron las primeras explosiones. Entonces corrió la gente y se apretujaron a la entrada. A mĆ­ me empujaron hacĆ­a el interior. HacĆ­a mucho calor porque el techo era bajo, no habĆ­a ningĆŗn sistema de ventilación  y costaba mucho respirar. Yo creĆ­ que iba a morir asfixiado. Me acordaba tambiĆ©n del refugio que se habĆ­a hundido cuando lo construĆ­an y me entró el pĆ”nico pensando lo que ocurrirĆ­a si una bomba caĆ­a encima de Ć©l. Fuera, algo lejanas, se oĆ­an las explosiones. Pero al de poco rato, cesaron y los milicianos que estaban en la entrada nos dijeron que ya podĆ­amos salir. 

 

            RevivĆ­ al respirar otra vez aire puro. Me encontrĆ© con un amigo. 

 

- Parece que ha sido en RenterĆ­a –me dijo. RenterĆ­a es un barrio que se encuentra 

 

 al otro lado del  Ćŗnico  puente que cruza la rĆ­a en el pueblo. 

 

            - Vamos a ver lo que han hecho – le dije, sin acordarme ya del Banco y del empleado de Lekeitio. 

 

            Pero antes de que llegĆ”ramos a las escaleras por las que se desciende de la plaza, sonaron nuevamente las campanas y echamos a correr otra vez a los refugios. Toda la gente corrió tambiĆ©n. Esta vez y a pesar de las explosiones que habĆ­an comenzado a oirse, esta vez mĆ”s cercanas, esperĆ© a a que me adelantaran todos y me quedĆ© junto a la entrada. Una pared de sacos de tierra me impedĆ­a ver lo que ocurrĆ­a en el exterior. AllĆ­ podĆ­a respirar mejor, pero esta vez la Ćŗnica defensa que tenĆ­a, ante la caĆ­da de una bomba, eran aquellos sacos de tierra.  

 

            Ahora las explosiones eran mucho mĆ”s fuertes. ā€œEl Paseoā€ es una plaza en forma de ā€œUā€ en la que las escuelas de las chicas y los chicos forman los brazos laterales y la parte central era una terraza bajo la cual estaban nuestros refugios. Todo ello estaba porticado para que la gente pudiera pasear los dĆ­as de lluvia sin mojarse. Las bombas parecĆ­a que eran lanzadas en andanadas por el sonido alargado que producĆ­an. Este ruido parecĆ­a entrar por uno de los brazos de la plaza y recorrer toda su extensión con un sonido largo, lĆŗgubre, que parecĆ­a meterse hasta nuestro interior. Y las explosiones eran seguidas de rĆ”fagas de aire caliente. Un aire con un calor templado, repulsivo, que a mĆ­ me parecĆ­a que tenĆ­a el sabor de la muerte 

 

            Entonces no lo sabĆ­a, pero despuĆ©s, al cabo de los aƱos me he informado que los aviones habĆ­an salido de los aeropuertos de Vitoria y Burgos. El primero estaba en lĆ­nea recta a unos 50 kilómetros y el otro a unos 140. Participaban 3 escuadrillas de bombarderos pesados JUNKER ā€œJU-52ā€ que suponen unos 27 aparatos, una escuadrilla (9 aparatos) de bombarderos HEINKEL ā€œHE-111ā€, acompaƱados de la protección de 18 aparatos de caza. nueve HEINKEL ā€œHE-51ā€ y  nueve MESSERSCHMITT ā€œME-109ā€. En total unos 55 aviones. 

 

            Gernika estaba sin defensa alguna. SegĆŗn un telegrama que mandó el presidente vasco Agirre al Ministro del Aire el 15 de abril, 11 dĆ­as antes del bombardeo, sólo habĆ­a 4 aviones en Vizcaya en disposición de prestar servicio. En Gernika sólo habĆ­a una ametralladora para la defensa de la ciudad, en el cuartel de los ā€œgudarisā€ y Ć©sta se encasquilló, en cuanto intentaron disparar. Por ello, los aviones alemanes podĆ­an bombardear a placer  sin nada que se les opusiese. Durante el bombardeo parecĆ­a que habĆ­a algunas pausas, no muy largas. Al parecer, los bombarderos se turnaban. Arrojaban las bombas y volvĆ­an posiblemente a Vitoria, a reponer sus cargas. PodĆ­an llegar en 15 minutos. 

 

            Yo intentaba rezar, pero no terminaba ninguna oración. VeĆ­a cerca la muerte y querĆ­a prepararme para ella, pero el ruido de las bombas interrumpĆ­a mis buenos propósitos. No podĆ­a pensar mĆ”s que en los estampidos y el calor que me llegaban de fuera. Y me acordaba de mi amigo ā€œCipriā€ y le envidiaba porque pensaba que podrĆ­a estar viendo desde su posición, en las afueras del pueblo, todo lo que ocurrĆ­a sin riesgo alguno. Y me prometĆ­a que si salĆ­a de aquella, nunca mĆ”s me volverĆ­a a meter en un refugio, sino que correrĆ­a al campo. 

 

            Y seguĆ­a el bombardeo interminable. ĀæCuĆ”nto tiempo llevĆ”bamos bajo las bombas?. Junto a mĆ­ estaba un miliciano y una vez le preguntĆ©: ĀæFalta mucho para terminar?. CreĆ­a que por su  experiencia en la guerra podrĆ­a contestar a mi pregunta. Me miró, se encogió de hombros y no me contestó. 

 

            Por fin, cesaron las explosiones. El miliciano me miró y me dijo: 

 

-Ya ha terminado. 

 

SalĆ­ al exterior y me detuve aterrado. Todo el pueblo estaba en llamas. Una nube  

 

 de humo cubrĆ­a el cielo. EchĆ© a correr junto a los tenderetes derribados de los quincalleros y corrĆ­ hacia la carretera de Luno. La gente que huĆ­a del pueblo subĆ­a en la misma dirección. Junto a la fuente de Udetxea me llamó la atención  un objeto brillante. Me acerquĆ© y vi que era como un tubo metĆ”lico. Estaba roto y de su interior salĆ­a  una masa blanca. Era una bomba incendiaria. SegĆŗn leĆ­ aƱos despuĆ©s, fueron arrojadas 3.000 bombas como aquellas, ademĆ”s de otros 50.000 kilos de bombas explosivas. 

 

            Al llegar a la primera curva, habĆ­a un miliciano con un fusil  haciendo guardia. DetrĆ”s de Ć©l, en el sitio donde me habĆ­a seƱalado ā€œCipriā€ como ā€œsu refugioā€, me pareció ver unos cuerpos de personas. Me acerquĆ© a ver pero el miliciano no me dejó. Entonces no relacionĆ© aquellos cadĆ”veres con los de mi amigo. No me entraba en la cabeza que ā€œCipriā€ pudiera haber muerto. Mucho tiempo despuĆ©s, cuando volvĆ­ a Gernika, me enterĆ© que uno de aquellos cuerpos era el suyo. 

 

            Algo mĆ”s arriba una seƱora me dijo que habĆ­a visto a mi madre con mi hermana. Entonces me dĆ­ cuenta que no me habĆ­a acordado de mi familia. El instinto de conservación habĆ­a bloqueado en mĆ­ cualquier otro sentimiento. Le preguntĆ© por los demĆ”s familiares pero nada mĆ”s sabĆ­a. Junto a la segunda curva, en el lugar que llaman ā€œCuatro bancosā€, encontrĆ© a mi amigo Eloy. No habĆ­a visto a ninguno de los mĆ­os ni yo a los suyos. Subimos a una loma desde donde se veĆ­a todo Gernika y allĆ­, sentados en la hierba contemplamos como ardĆ­a nuestro pueblo. La casa donde vivĆ­a Eloy, que estaba junto a la mĆ­a, era una de las mĆ”s grandes de Gernika. Le llamaban ā€œEl Circoā€ porque en su interior habĆ­a un salón de espectĆ”culos que hacĆ­a muchos aƱos que estaba cerrado. En un momento dado, las paredes del edificio se desplomaron produciendo una gran humareda. Eloy, sin emoción alguna, me dijo: 

 

- AllĆ­ estĆ”n mi abuela y mi tĆ­a. Una sorda y la otra paralĆ­tica. 

 

Llevaba un paquete de tabaco en el bolsillo y le ofrecĆ­ un cigarrillo. No 

 

 me importaba que cualquier conocido me viera fumar. Me parecĆ­a que aquel dĆ­a nos habĆ­amos convertido en hombres. La verdad es que a mĆ­ no me gustaba fumar, pero me parecĆ­a que las circunstancias lo exigĆ­an. Pero no pudimos encender los cigarros. A pesar del fuego que devoraba Gernika, nosotros no tenĆ­amos para encender nuestros cigarrillos. 

 

- He  oĆ­do – me  dijo  Eloy,  mientras  tirĆ”bamos  los inĆŗtiles cigarros que han 

 

 arrojado papeles diciendo que maƱana van a volver y arrasarĆ”n todo lo que ha quedado en piĆ© y los caserĆ­os de los alrededores. 

 

- PodrĆ­amos ir a la cueva de Forua –le dije. 

 

            Esta era una cueva que se encontraba en una aldea cercana,. A dos kilómetros de Gernika, junto a unas canteras. Pero estaba anocheciendo y no era prudente ir por el monte a aquellas horas ya que la otra posibilidad, el hacerlo a travĆ©s del pueblo nos pareció menos atractiva. Decidimos hacerlo al dĆ­a siguiente, pero necesitĆ”bamos encontrar un lugar para dormir aquella noche. Decidimos subir hasta Luno. 

 

            Luno (Lumo en euskera) es una aldea que se encuentra a dos kilómetros, encima de Gernika. En un tiempo, Gernika fue un barrio de Luno, pero en el aƱo 1.363 el conde Don Tello, seƱor de Vizcaya, le concedió unos fueros especiales y lo declaró independiente. Ahora era una iglesia con unas pocas casas alrededor, formando una plaza. 

 

            Cuando llegamos, vimos una casa con la puerta abierta y luz en su interior. Nos acercamos y una de las mujeres que estaba junto a la puerta, me reconoció, pues vivĆ­a cerca de mi casa. 

 

            - Es el hijo de Elvira, la mueblera –les dijo a los demĆ”s y nos invitó a pasar. Era la cocina de la casa y estaba llena de gente. La mayorĆ­a de los que allĆ­ habĆ­a eran de Gernika que, como nosotros, habĆ­a huido del pueblo. Nos dieron un tazón de leche. Estaba llena de nata y a mĆ­ no me gustaba la nata pero hice de tripas corazón y me la traguĆ©. DespuĆ©s nos ofrecieron para dormir unos catres que tenĆ­an en la cuadra y que habĆ­a dejado unos soldados en su retirada. Nos dieron unos sacos para taparnos. 

 

           En la cuadra, con el calor de los animales, no hacĆ­a frĆ­o y cansado por la emociones del dĆ­a me dormĆ­ enseguida. No sĆ© cuanto tiempo llevarĆ­a durmiendo cuando algo me despertó. Me incorporĆ© en el catre sin saber por quĆ© lo hacĆ­a, cuando oĆ­ mi nombre. EchĆ© a un lado los sacos y sin decirle nada a Eloy, salĆ­ al exterior. El incendio de Gernika alumbraba la plaza cuando vĆ­ en medio de ella la silueta de mi madre que gritaba otra vez mi nombre. EchĆ© a correr hacia ella y nos fundimos en un abrazo. 

 

            - Vamos al pueblo –me dijo cuando nos separamos al cabo de un rato. Nos van a llevar a Bilbao.  

 

            Mientras bajĆ”bamos por la carretera, me fue contando lo que habĆ­a sido de ellos en aquellas horas. Ella habĆ­a huido al campo con Mari Cruz, la hermana menor y estuvieron metidas en una zanja durante todo el bombardeo. Patxi, el hermano que entonces tenĆ­a 10 aƱos, era el que peor lo habĆ­a pasado. Estaba junto al instituto, que entonces era un cuartel comunista, cuando comenzó el bombardeo. El centinela que estaba de guardia le llevó con Ć©l a un campo cercano donde se echaron al suelo. Una bomba cayó junto a ellos y Patxi al volverse sólo vio un brazo que sobresalĆ­a entre la tierra que les habĆ­a caĆ­do encima. Aterrado, echó a correr por las calles del pueblo con una sólo idea en la cabeza. Llegar a un refugio que sabĆ­a estaba en el chalet denominado del ā€Conde Aranaā€. CorrĆ­a en pleno bombardeo sin hacer caso a las voces que le gritaban desde los portales para que se refugiara en ellos. Llegó al chalet en el momento en que varias bombas caĆ­an sobre el refugio. Cayó desmayado al suelo, pero afortunadamente, mi padre se encontraba en el interior y le tomó en sus brazos. Aprovechando una de las pausas en el bombardeo, salieron del edificio todos los que estaban allĆ­, porque habĆ­a comenzado a arder la casa y se dirigieron a los bajos del Ayuntamiento, a unos 150 metros de allĆ­, que tambiĆ©n se habĆ­a habilitado para refugio. TambiĆ©n Ć©ste resultó alcanzado y destruido, pero consiguieron salir de Ć©l. 

 

            Cuando todo terminó, buscó a mi madre y  entregĆ”ndole a Patxi, mi padre corrió a nuestra casa para ver si podĆ­a salvar algo. La casa estaba ardiendo y se dirigió al lugar donde guardĆ”bamos a ā€œPericoā€. Abrió la puerta y una llamarada le echó para atrĆ”s. A travĆ©s del fuego pudo ver al burro que trataba de desasirse de sus ataduras. Intentó entrar, pero tuvo que  separarse de la casa porque Ć©sta se desplomó sepultando al pobre ā€œPericoā€. Siempre se lamentó mi padre el no haber llegado un poco antes pues habĆ­a querido mucho al simpĆ”tico animal. 

 

            De mi hermano Rafael tenĆ­a noticias de que le habĆ­an visto, despuĆ©s del bombardeo, ayudando a sacar las piezas de tela de una tienda que estaba ardiendo. Un amigo de la familia, que estaba en la ā€œErtzaintxaā€ (policĆ­a vasca) habĆ­a conseguido un coche para llevarnos a Bilbao. 

 

            Cuando llegamos a Gernika, habĆ­a mucha gente moviĆ©ndose de un lado a otro. Gudaris y bomberos de Bilbao trataban inĆŗtilmente de atajar el fuego. MovĆ­an las mangueras gritando y dĆ”ndose órdenes, pero  habĆ­an reventado las caƱerĆ­as y no salĆ­a el  agua. Junto a la Casa de Juntas, donde estĆ” el Ć”rbol que da fama al pueblo, habĆ­a tambiĆ©n mucha gente. ParecĆ­an autoridades o periodistas, que habĆ­an venido de Bilbao. AllĆ­ estaba el coche que nos iba a llevar, a mi madre y los tres hermanos. Mi padre no estaba allĆ­. Entramos al coche  y salimos hacĆ­a la capital. 

 

            Los primeros dĆ­as nos alojamos en casa de un viajante de muebles, muy amigo de la familia Mi padre nos encontró allĆ­. Eramos una carga demasiado pesada para nuestro anfitrión y encontramos un piso que habĆ­a dejado deshabitado un dirigente sindical que luchaba en el frente y que accedió a dejarnos mientras durara nuestra situación. El piso estaba en una casa de seis pisos en un barrio obrero, cerca del ayuntamiento de Bilbao y en la ladera del monte Artxanda, uno de los montes que rodean a la capital de Vizcaya. Ibamos a comer a los comedores que la asistencia social habĆ­a puesto para atender a los cada vez mĆ”s numerosos refugiados que iban llegando. Cerca de donde nos encontrĆ”bamos, habĆ­a un tĆŗnel de ferrocarril y mi hermano Patxi se pasaba todo el dĆ­a metido en Ć©l. TenĆ­a tanto miedo a los aviones que tenĆ­amos que llevarle la comida al tĆŗnel pues se negaba a salir de Ć©l durante el dĆ­a. Del hermano mayor, Rafael, que tenĆ­a 18 aƱos, nos enteramos que estaba incorporado a filas en un batallón de transmisiones. 

 

            Entretanto, las tropas de Franco habĆ­an entrado en Gernika y se acercaban a las fortificaciones que rodeaban Bilbao y que llamaban "El Cinturón de Hierro". El ingeniero que lo habĆ­a construido, Luis Goikoetxea, inventor despuĆ©s del tren ā€œTalgoā€, habĆ­a dejado unas zonas dĆ©biles y con los planos del mismo se pasó al bando franquista. Con aquellos datos, no les fue difĆ­cil romper el ā€œcinturónā€ y continuar su avance hacia Bilbao. Las tropas vascas ofrecĆ­an una gran resistencia, pero con pocos medios y sin cobertura aĆ©rea,  eran machacadas por los aviones enemigos durante el dĆ­a y tenĆ­an que contraatacar durante la noche para recuperar las posiciones que iban perdiendo. Ya desde Bilbao oĆ­amos los ruidos de la batalla, que se estaba acercando al monte Artxanda, casi encima de nuestras cabezas. 

 

            Un dĆ­a, habĆ­a bajado a Bilbao y vi a unos milicianos que reclutaban en la calle a toda persona que  creĆ­an que podrĆ­a sostener un fusil, para mandarlo al frente. Uno de ellos me agarró del brazo e intentó llevarme. 

 

- Sólo  tengo  catorce  aƱos  ā€“ le  dije,  pero  no  me  hizo  caso.  De  un  tirón 

 

 me desprendĆ­ de la mano que me agarraba y echĆ© a correr. No intentó seguirme. 

 

VolvĆ­ a casa. Ya se estaba luchando en Artxanda, a menos de un kilómetro 

 

 de nuestra casa. Estaba sólo en casa. Mi madre, con la hermana, habĆ­an ido a hacer compaƱƭa a Patxi en el tĆŗnel. Yo habĆ­a encontrado entre los libros del sindicalista, una novela y la estaba leyendo cuando me pareció oĆ­r un sonido como de un coche que arranca, pero algo distinto. De pronto, me di cuenta de lo que era. Ā”Un obĆŗs!. TirĆ© el libro que tenĆ­a en la mano y echĆ© a correr escaleras abajo. VivĆ­amos en el quinto piso y la casa no tenĆ­a ascensor. Antes de llegar al portal oĆ­ la explosión. Sonó algo lejana. Debió ser algĆŗn obĆŗs lanzado contra las lĆ­neas del frente que, mal calculado, pasó por encima de nuestras cabezas. 

 

            Cuando mi padre llegó aquella noche a casa dijo: 

 

- AquĆ­ estamos mal. TenĆ©is que salir de aquĆ­. A mĆ­ no me dejan. Me he enterado 

 

 que sale un tren para Santander esta noche y tenĆ©is que marchar en Ć©l. 

 

            Recogimos las pocas cosas que tenĆ­amos y salimos hacĆ­a la estación. El paso por las calles era peligroso. Se luchaba en Artxanda y las balas perdidas caĆ­an sobre Bilbao, produciendo un extraƱo ruido metĆ”lico cuando chocaban con los cables de los tranvĆ­as. TenĆ­amos que evitar las calles que estaban orientadas hacĆ­a el monte o correr arrimados a la pared, cuando no habĆ­a mĆ”s remedio. Cuando llegamos, los andenes estaban atestados de gente con maletas, mantas, colchones, bolsas, etc. Mi padre se separó de nosotros para ir a informarse. Al de un rato volvió. 

 

            - Nadie sabe nada –dijo- Ni siquiera saben si va a salir el tren. Me he enterado que en el puerto, frente a la universidad de Deusto, va  a  salir  un barco para Santander.. 

 

  Otra vez tuvimos que recorrer las calles de Bilbao acompaƱados del sonido de 

 

las balas perdidas. Al pasar por una plaza, me pareció oir el siseo de un obĆŗs y me echĆ© al suelo. Los que me acompaƱaban hicieron lo mismo y la gente que habĆ­a por los alrededores tambiĆ©n. Pero no ocurrió nada. Esta vez debió ser un coche. 

 

- CreĆ­ que era un obĆŗs –le dije a mi padre para disculparme. 

 

Cuando llegamos al puerto, estaban embarcando los Ćŗltimos. Nos despedimos de  

 

mi padre con un rĆ”pido abrazo y subimos al barco. Nos mandaron ir a proa. Un remolcador tiraba de la nave que iba con las luces apagadas. Al llegar a la desembocadura de la rĆ­a, nos dejó el remolcador y el barco, sin alejarse mucho de la costa, para evitar a los posibles barcos de guerra enemigos, enfiló hacĆ­a Santander. 

 

            AmanecĆ­a cuando llegamos. Desembarcamos y nos condujeron a un cine, donde nos dieron pan y queso. Mi madre nos dejó recomendĆ”ndome que cuidara de mis hermanos. A media maƱana volvió para decirnos que aquella noche ya tenĆ­amos donde dormir. HabĆ­a buscado a un fabricante de muebles del que habĆ­a sido cliente y nos habĆ­a invitado a que pasĆ”ramos en su casa la noche. Nos dio tortilla para cenar y aquella tortilla, por el hambre que tenĆ­a, me pareció la tortilla mĆ”s rica del mundo. 

 

            En el reparto que habĆ­an hecho de los refugiados, nos tocó ir a Torrelavega, una ciudad a unos 20 kilómetros de Santander, donde nos alojaron en una casa en el centro del pueblo donde disponĆ­amos de una gran habitación para los cuatro. Ibamos a comer a la Asistencia Social. En la comida que nos daban se notaban los problemas de abastecimiento que habĆ­a. Cada vez habĆ­a mĆ”s refugiados y menos comida. A media tarde no tenĆ­amos fuerza para subir al segundo piso donde vivĆ­amos y tenĆ­amos a agarrarnos a la barandilla de la escalera para  no caernos de debilidad. Mi madre temió por nuestra salud y un dĆ­a, dejĆ”ndonos, marchó a Santander para ver de buscar una solución a nuestra situación. Vino por la tarde y nos dijo: 

 

- Estad preparados. Nos marchamos de aquĆ­. 

 

- ĀæA dónde vamos? – le preguntĆ©. 

 

- No sĆ©, creo que a Francia. Hay un barco que sale esta noche de Santander y tenemos que ir en Ć©l. AsĆ­ no podemos seguir. 

 

Aquella noche embarcamos en un buque carbonero ingles. Su nombre era el 

 

ā€œKenwick Poolā€. Nos metieron a todos en las bodegas. En Ć©stas habĆ­a trigo que nos servĆ­a de cama. Posiblemente el barco habĆ­a llegado con ese cargamento y ahora el lastre lo aprovechaban para cobijarnos a nosotros. OlĆ­a a gente. A mucha gente apiƱada y con el movimiento del barco, que ya habĆ­a zarpado, para aprovechar las horas de la noche y cruzar el bloqueó, me estaba causando nĆ”useas. Cuando empezó a amanecer, cogĆ­ un puƱado de trigo en el bolsillo y subĆ­ a cubierta. El trigo lo llevaba para intentar con Ć©l calmar el hambre que ya sentĆ­a. Fuera hacĆ­a frĆ­o. La mar estaba algo picada y el barco se movĆ­a mucho. A ambos lados del barco y sobresaliendo sobre el mar habĆ­a una especie de casetas de madera. Eran los retretes improvisados para el gran nĆŗmero de pasajeros que llevaba el barco. IntentĆ© masticar el trigo, pero estaba muy seco y duro y no mitigaba el hambre. 

 

            Se fue calmando el estado de la mar e hicimos la travesĆ­a sin novedad hasta el norte de Francia. El barco fondeó frente a un puerto donde pasamos casi todo el dĆ­a, esperando nos permitieran desembarcar, pero en lugar de eso, levó anclas y se dirigió hacia el sur. Tras otra noche en el mar, llegamos a Burdeos (Bordeaux). Junto al muelle donde atracó habĆ­a una estación. En un pabellón del madera de la misma, nos vacunaron y nos embarcaron esta vez en un tren. Estando allĆ­, esperando que arrancara, un grupo numeroso de seƱoritas se acercó  al tren repartiendo tabletas de chocolate. Yo dudaba en utilizar el francĆ©s que habĆ­a aprendido en el instituto para pedirles que tambiĆ©n me dieran, pues no creĆ­a que valiera para algo lo que habĆ­a estudiado. Por eso, le dije a mi hermanita: 

 

- Dile a la primera que pase ā€œdonnez moi de chocolatā€. 

 

AsĆ­ lo hizo y a pesar de su pronunciación, o quizĆ” porque en aquel momento   extendĆ­a tambiĆ©n la mano, le dieron una tableta. Esto me animó a emplear yo tambiĆ©n en adelante el francĆ©s que habĆ­a aprendido. 

 

El  tren partió hacĆ­a el norte y el viaje fue como un paseo triunfal. En muchas de las grandes estaciones donde paraba habĆ­a autoridades y mucha gente esperando, incluso en algunos sitios con banda de mĆŗsica,  para darnos no sólo la bienvenida, sino tambiĆ©n comida abundante. Nos recibĆ­an con pancartas y guirnaldas,  como si viniĆ©ramos victoriosos de alguna batalla, cuando en realidad venĆ­amos  rotos y derrotados. 

 

En cada estación, descendĆ­a algĆŗn grupo del tren, destinado a quedarse  allĆ­. A medida que nos acercĆ”bamos hacia el Norte, cada vez Ć©ramos menos en el convoy. En una ocasión, un hombre ya mayor, irrumpió en nuestro vagón armado con un cuchillo y gritando que parara el tren. DecĆ­a que Ć©l querĆ­a volver a su casa. Al parecer, al pobre hombre que debĆ­a tener muchos aƱos, tantas vicisitudes le habĆ­an trastornado la cabeza y aƱoraba su casa. Alguien, al parecer,  tiró de la cadena de alarma porque el tren se detuvo. El hombre saltó al exterior, pero unos empleados del ferrocarril fueron tras Ć©l y le trajeron otra vez al tren. Ya no supimos mĆ”s de Ć©l. 

 

Cuando ya apenas quedaba gente, tambiĆ©n a nosotros nos mandaron descender. 

 

EstĆ”bamos en Vernon-Eure, en el departamento de NormandĆ­a, una población situada al Oeste de Paris y a unos 60 kilómetros de la capital francesa. Nos trasladaron a un viejo caserón que en otro tiempo debió ser parque de bomberos, pero que ahora en parte estaba ocupado por dependencias de un sindicato. El resto lo ocupamos nosotros. En la primera planta estaban la cocina y el comedor y en el Ć”tico, bajo el tejado, dos dependencias destinadas a dormitorios corridos. A otro chico de Bilbao, un aƱo mayor que yo  y a mĆ­, por ser los mayorcitos, nos asignaron una pequeƱa habitación que habĆ­a entre ambos dormitorios. Las camas debĆ­an proceder de un cuartel de soldados que habĆ­a enfrente de nuestra casa. ConsistĆ­an en unas tablas que se apoyaban en unos soportes de hierro y las colchonetas eran de paja. DespuĆ©s de las tres noches pasadas en el barco y en el tren, nos parecieron que eran de plumas. 

 

            Como yo era el Ćŗnico que sabĆ­a algo de francĆ©s, me convertĆ­ en el intĆ©rprete de la colonia. AcompaƱaba a mi madre, que designaron como administradora, quizĆ” por ser la madre del intĆ©rprete, a hacer la compra. Eramos unas 30 personas y las mujeres se turnaban en la cocina. Todas las semanas venĆ­a un representante del ayuntamiento a pasarnos lista y entregarnos la asignación que no sĆ© de donde procedĆ­a. Posiblemente, del gobierno espaƱol o el vasco. 

 

            Era un pueblo muy bonito, a orillas del Sena junto al cual habĆ­a una gran playa donde gracias a un ex-campeón de natación que ejercĆ­a de socorrista, perfeccionĆ© un poco mis conocimientos de natación. Pero a pesar de hallarnos lejos de la guerra y encontrarnos bien, aƱorĆ”bamos nuestra tierra. 

 

            En una de las primeras salidas que hicimos a conocer el pueblo, Patxi, de pronto se acurrucó contra una pared y gritó. Ā”Un avión, un avión!. En efecto, un avión comercial pasaba en aquel momento. Nos costó hacerle comprender que allĆ­ no estĆ”bamos en guerra y que no tenĆ­a que temer a los aviones. TodavĆ­a tenĆ­a dentro el terror que le habĆ­a dejado el bombardeo. Y prĆ”cticamente, nunca saldrĆ­a de Ć©l. Siendo ya mayor, alto y fuerte, jugando como delantero centro del equipo de futbol de Gernika, donde era conocido por su valor ante los jugadores contrarios,  los dĆ­as de tormenta se volvĆ­a nervioso e irascible. Era en vano que le dijĆ©ramos que no tenĆ­a nada que temer. Inconscientemente, el ruido de los truenos le recordaba en su interior los sonidos del bombardeo. Y aunque lo intentaba, no consiguió vencer esta obsesión. 

 

            Cuando llevĆ”bamos poco tiempo, Patxi enfermó. TenĆ­a apendicitis. Le ingresaron en el hospital, donde le operaron. Lo pasó muy mal. Cada vez que le visitĆ”bamos nos pedĆ­a que le sacĆ”ramos de allĆ­. No podĆ­a entenderse con la gente que le atendĆ­a y se encontraba demasiado sólo, sin nadie con quien poder hablar. 

 

            A finales del mes de julio, tuvimos noticias de mi padre. SeguĆ­a en Bilbao, en la misma casa donde habĆ­amos estado. Rafael estaba prisionero. Nos pedĆ­a que volviĆ©ramos y mi madre no lo dudó un instante. Era una mujer muy decidida. DejĆ”ndome al cuidado de mis hermanos y sin saber una palabra de francĆ©s, se fue a Paris , a las oficinas del Gobierno Vasco y arregló los papeles para que pudiĆ©ramos volver. 

 

            Tuvimos que pasar por Paris, cuando allĆ­ se celebraba la Feria Internacional en donde en el pabellón espaƱol se exhibĆ­a por primera vez el cuadro de Picasso que lleva el nombre de nuestro pueblo. Claro que entonces  no lo sabĆ­amos, ni hubiĆ©ramos podido ir a verlo. Salimos de noche y a la maƱana siguiente llegamos a la frontera.   

 

            Lo que encontramos en EspaƱa era muy distinto a lo que habĆ­amos dejado. Tuvimos que arreglar la documentación en el ayuntamiento de IrĆŗn y al entrar en un bar a desayunar, me llamó la atención un letrero que habĆ­a en la pared. DecĆ­a ā€œsi eres espaƱol, habla espaƱolā€. Yo creĆ­ que estaba dirigido a los que venĆ­an de Francia, pero se referĆ­a a nuestra lengua. Al euskera. 

 

            En el tren, de San SebastiĆ”n a Bilbao, venĆ­a junto a nosotros un seƱor que entabló conversación con nosotros. Al decirle de donde Ć©ramos salió a relucir el asunto de la destrucción de Gernika y cuando le hablamos del bombardeo, se llevó el dedo a los labios y mirando en derredor, nos dijo: 

 

- No digĆ”is que Gernika fue bombardeada. 

 

- ĀæPor quĆ©? – le preguntamos. 

 

- Porque hay que decir que fue quemada por los rojos. 

 

Esta vez fue la primera vez que oĆ­amos hablar de este asunto. 

 

El bombardeo de Gernika, cuando apareció en la prensa de todo el  mundo causó    

 

 un gran impacto que sorprendió a los mismos franquistas pues suponĆ­a un gran desprestigio para su causa. Entonces, para contrarrestar el efecto causado, su propaganda difundió la noticia de que los rojo-separatistas, en su retirada, habĆ­an destruido el pueblo dĆ”ndole fuego. Lo que no explicaban era quiĆ©n habĆ­a matado a los muertos. Y sin venir a Gernika para hablar con los supervivientes, buscaron ā€œpruebasā€ que avalaran lo que ellos decĆ­an y a tal fin, publicaron una fotografĆ­a de la iglesia de San Juan, quemada y con unos bidones de gasolina al lado. Los guerniqueses sabĆ­amos que aquellos bidones eran los del surtidor de gasolina que estaba cerca de la iglesia ya que en aquel tiempo, al no haber camiones aljibes, se transportaba en aquellos envases el combustible. Existe otra fotografĆ­a, muy anterior a esa, posiblemente del dĆ­a siguiente al bombardeo, en la que no aparecen los mencionados bidones. En otra ocasión, vi  en un periódico de Madrid una fotografĆ­a de la iglesia de Santa MarĆ­a con un piĆ© que decĆ­a: ā€œIglesia de Santa MarĆ­a, destruida por los separatistas en su retirada y reconstruida por la EspaƱa de Francoā€. Y la iglesia que aparecĆ­a en la fotografĆ­a tenĆ­a seis siglos. 

 

            Al llegar a Bilbao, mis padres hicieron las gestiones necesarias para liberar a mi hermano Rafael, que estaba prisionero, pero el mismo dĆ­a que le  dejaron en libertad lo incorporaron a su ejercito. Fuimos a recibirle al tren que le traĆ­a de la prisión para despedirle seguidamente en el que le llevaba a su nuevo destino como soldado de Franco y de allĆ­ otra vez al frente. 

 

            Mi padre tuvo que trabajar como obrero en una fĆ”brica de Bilbao y mi madre fue a Gernika para tratar de volver a montar el negocio de muebles. El pueblo estaba en ruinas y en los bajos de algunas casas, que no habĆ­an sido totalmente destruidas, surgĆ­an algunas tiendas. El Ayuntamiento habilitó los bajos de las escuelas, cerca de donde habĆ­an estado los refugios e incluso Ć©stos se aprovechaban tambiĆ©n. En una de esas lonjas mi madre, gracias al crĆ©dito de los fabricantes que ya le conocĆ­an, pudo reanudar el negocio. Yo ya no podĆ­a seguir con mis estudios debido a la precaria situación económica que atravesĆ”bamos y tratĆ© de buscar trabajo, preparĆ”ndome para labores de oficina. 

 

            Cuando pude visitar Gernika, los prisioneros de guerra eran empleados para hacer las labores de desescombro. Ya habĆ­an limpiado las calles y se podĆ­a transitar por ellas. Entonces me enterĆ© de la muerte de Cipri. 

 

            Cuando terminó la guerra, en 1.939, seguimos en Bilbao pues se habĆ­a reconstruido muy poco de Gernika y el aƱo 42, un mes antes de incorporarme al servicio militar, mi padre murió inesperadamente de pulmonĆ­a. Estando yo de soldado, mi familia se trasladó a Gernika, a una casa de la misma calle donde habĆ­amos vivido antes de la guerra, junto a ā€œplazatorosā€, la campa donde solĆ­a correr ā€œPericoā€ detrĆ”s de los chicos del instituto. 

 

            Aunque oficialmente, no podĆ­a hablarse de la destrucción de Gernika como producida por un bombardeo, en el pueblo y en las conversaciones entre amigos y familiares, se hablaba libremente de ello. En la parroquia publicĆ”bamos los jóvenes una especie de periódico, destinado a los guerniqueses ausentes y tenĆ­amos que hacer juegos de palabras aludiendo al incendio, a la destrucción, etc. de Gernika, pero sin escribir la palabra bombardeo, aunque todos sabĆ­amos quĆ© querĆ­a decir lo que escribĆ­amos. En el aƱo 1.953 estando en Bilbao, me presentaron a dos periodistas franceses a los que hablĆ© claramente e incluso me trasladaron en su coche a Gernika y me sacaron algunas fotos en el pueblo. No sĆ© lo que escribieron, pero no tuve ninguna represión. Poco a poco se fue aflojando aquella presión y ya se empezó a escribir tĆ­midamente sobre el asunto, al menos poniendo en duda la autorĆ­a de su destrucción, hasta que en 1.970, Vicente Talón, un periodista de Bilbao, publicó el libro ā€œArde Guernicaā€, recogiendo los testimonios de los supervivientes. Ya habĆ­an pasado 33 aƱos y el rĆ©gimen ya no parecĆ­a importarle tanto el mantener la mentira. El mundo se habĆ­a olvidado  de aquella tragedia y la difusión de su verdad ya no podĆ­a hacerles daƱo. 

 

            Con la llegada de la democracia  proliferaron los libros relativos al tema, pero ya no eran una noticia. En 1.987 se celebró el cincuenta aniversario del bombardeo como si se tratara de una gran fiesta. Hubo mĆŗsica por todas partes, bailes, conciertos de rock, etc. Llegaron jóvenes de todas partes y de todas condiciones que se apoderaron del pueblo como plaza conquistada, cometiendo toda clase de desmanes. Fue un dĆ­a triste para nosotros, los que habĆ­amos conocido el bombardeo. Se estaba celebrando una fiesta de alegrĆ­a y jolgorio para conmemorar la destrucción de nuestro pueblo y la muerte de muchos seres queridos. Alguien dijo: ā€œĀ”Quiera Dios que no haya otro bombardeo para que no pueda celebrarse otro cincuentenario como Ć©ste!ā€. 

 

            Diez aƱos despuĆ©s, el pasado aƱo de 1.997 la cosa cambió. Se celebró una misa en el cementerio, en el mausoleo dedicado a los muertos de aquel dĆ­a, durante la cual estuvo tocando, mientras duró la misa, la campana que habĆ­a sido de la destruida iglesia de San Juan. Tocaba pausadamente, como el toque de difuntos que en otro tiempo tambiĆ©n tocó. Hubo tambiĆ©n un encuentro entre las autoridades alemanas y los supervivientes, en el cual el embajador alemĆ”n, leyó por primera vez, un escrito del presidente de Alemania reconociendo que habĆ­a sido su aviación la que habĆ­a bombardeado Gernika. En nombre de los supervivientes, contestĆ© yo al embajador diciĆ©ndole que si entonces que habĆ­an venido otros alemanes a Gernika, no pudimos entendernos porque ellos estaban arriba y nosotros abajo y nos veĆ­an como hormigas que huĆ­an desesperadamente y las hormigas y los hombres no pueden entenderse, ahora sĆ­ viĆ©ndonos todos a la misma altura podĆ­amos comprendernos y caminar juntos y en paz 

 

            Como final, he de aƱadir algunas notas. Mi hermano Patxi, murió jóven, a los 28 aƱos de una extraƱa enfermedad de tipo cancerĆ­geno. Posiblemente nada tenga que ver, pero siempre he creĆ­do que aquel dĆ­a algo se rompió en el interior de mi hermano por todo el horror que pasó y que al de muchos aƱos despuĆ©s surgió en forma de aquella enfermedad. De nuestra perrita ā€œPerlaā€, nada mĆ”s supimos y siempre he confiado en que se salvarĆ­a y encontrarĆ­a un nuevo dueƱo. Cuando volvimos de Francia, nos regalaron una nieta suya, del mismo color que ella y que al crecer se convirtió en su vivo retrato. Le pusimos el mismo nombre y siempre la consideramos como si fuera la que habĆ­amos perdido. 

 

            En algunas partes, hablo de milicianos y otra de ā€œgudarisā€. Estos Ćŗltimos eran los soldados de los partidos vascos. Los primeros pertenecĆ­an a partidos de ambito nacional espaƱol: socialistas, comunistas, anarquistas, etc. y vestĆ­an como uniforme un ā€œmonoā€ o buzo de trabajo, como los que llevan los obreros de las fĆ”bricas. 

 

            Algo que ha dado mucho que hablar, ha sido el nĆŗmero de muertos que hubo. Cuando llegamos a Francia, leĆ­ en un periódico que habĆ­an sido 3.000 y aunque me parecieron muchos, despuĆ©s de haber visto lo ocurrido creĆ­ que podĆ­a ser verdad. No hace mucho tiempo, tambiĆ©n un periódico de Bilbao, publicaba una foto de una calle del Gernika anterior a la guerra y hablando de los muertos, daba la misma cifra. Posiblemente, en el momento del bombardeo, la población de Gernika serĆ­a de 7 ó 9.000 habitantes, teniendo en cuenta el nĆŗmero de refugiados, los soldados acuartelados, etc., lo que supondrĆ­a que dando por cierta la cifra arriba citada, en Gernika murió una de cada tres personas. En mi casa, teniendo en cuenta nuestra familia, los tĆ­os y primos que habĆ­an llegado como refugiados, Ć©ramos 12 personas y ninguna murió. Y mirando a las familias de mis amigos y conocidos, tampoco da ese porcentaje. Creo que se ha querido magnificar la catĆ”strofe cargando las tintas en los muertos, como si estos fueran los que dieran la medida del desastre. La revista del pueblo ā€œAldabaā€ ha hecho un estudio sobre este asunto y recientemente publicó en uno de sus nĆŗmeros la cantidad de muertos de los que se tenĆ­a constancia: eran 120. Un estudio posterior, ampliado a los caserĆ­os y pueblos cercanos de donde pudo haber gente que ese dĆ­a se trasladó a Gernika, elevó la cifra hasta unos 220 muertos. Es posible que fueran algunos mĆ”s por fallecimiento de heridos trasladados a hospitales de Bilbao u otros lugares. 

 

            Hay una circunstancia que salvó muchas vidas. Los primeros aviones intentaron bombardear el puente sobre la rĆ­a, lo que hubiera dificultado la retirada de las tropas. No alcanzaron su objetivo aunque sĆ­ causaron alguna vĆ­ctima, en una persona que se habĆ­a refugiado debajo de Ć©l. Como al puente estĆ” algo alejado del centro del pueblo, y especialmente del lugar donde se celebraba el mercado, dio tiempo a que la gente se metiera en los refugios o huyera al campo, aunque esta Ćŗltima opción no salvó a todos ya que muchos murieron ametrallados por los aviones de caza. 

 

            Otro de los aspectos que pudieran parecer extraƱos, es el hecho de que ninguno de los posibles objetivos militares que habĆ­a en Gernika,  fueran bombardeados. HabĆ­a una fĆ”brica de armas que fabricaba pistolas y pistolas-ametralladoras. La de maquinaria se habĆ­a convertido en una fĆ”brica de bombas. Y el resto de la industria tambiĆ©n cooperaba en la fabricación de armamento, que en aquellos momentos, era prioritario. Y ninguna fue tocada. Todas estaban en la periferia de la población. La razón era que esperaban tomar Gernika muy pronto y  podrĆ­an aprovecharse de su industria. En efecto, tres dĆ­as despuĆ©s entraban en el pueblo. 

 

            Hoy, Gernika es un pueblo moderno y bonito, con una población de unos quince mil habitantes y en la que no quedan recuerdos visibles de su destrucción. En donde estuvo la campa de ā€œplazatorosā€ hay ahora un amplio recinto dedicado a mercado, donde Ć©ste se celebra todos los lunes del aƱo. Los jóvenes, aunque todos han oĆ­do hablar en sus casas del bombardeo, lo consideran como un hecho histórico mĆ”s, ajeno a ellos. 

 

            El Ayuntamiento, olvidando hechos pasados, se ha hermanado con otro pueblo alemĆ”n,  Pforzheim, tambiĆ©n destruido, esta vez por los ingleses, en la segunda guerra mundial. El gobierno alemĆ”n prometió, como acto de desagravio, construir en Gernika una escuela de altos estudios tĆ©cnicos, pero al final se limitó a hacer una especie de donativo, de 3 millones de marcos, para ayudar a la construcción de un polideportivo. Hoy Gernika es llamada la Ciudad de la Paz y hay una oficina permanente dedicada a difundir tĆ©cnicas de reconciliación, llamada ā€œGernika Gogoratuzā€ (ā€œRecordado Gernikaā€) 

 

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